(372 pág.; Grieta) (68;
octubre de 2016)
Con muchas ganas empiezo un nuevo libro de Cervantes,
pero a medida que voy leyendo cada vez me cuesta más, pues todo él habla de
amores o desamores entre pastores y pastoras de diversos pueblos. Está escrito
en prosa, pero cualquier excusa sirve para que haya páginas y páginas seguidas
de poemas y canciones o explicaciones rimadas en boca de cualquier personaje,
es decir, son más ilustrados que cualquier licenciado en literatura.
Los nombres de ellos son los más extraños que he leído
nunca, por ejemplo: Galatea, Artrando, Briseno, Erastro, Larsileo y así hasta
el infinito. Cuando había leído más de la mitad me encontré con dos poemas de
unas veinte páginas cada uno y decidí que leería solo la prosa para saber en
qué acababa tanta historia pastoril… y a continuación de los poemas venían
monólogos de la misma extensión. No tuve fuerzas para seguir.
Si antes me parecía raro encontrar a alguien que hubiera
leído el Quijote, ahora me parece imposible que, salvo un académico, alguien
haya leído motu proprio esta obra y,
sobre todo, la haya acabado.
“Mientras que al triste,
lamentable acento
del mal acorde son del
canto mío,
en eco amarga de cansado
aliento,
responde el monte, el
prado, el llano, el río,
demos al sordo y
presuroso viento
las quejas que del pecho
ardiente y frío
salen a mi pesar,
pidiendo en vano
ayuda al río, al monte,
al prado, al llano.”
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