domingo, 27 de septiembre de 2020

Andrea Camilleri: La revolución de la luna (***)

(288 pág.; Destino)                             (46; septiembre de 2020)

Segunda recomendación del CLC (Club de Lectura Confitada, quizá hubo un error tipográfico y la t de la última palabra debería ser una n), en esta ocasión promovida por Marisol. Yo he leído dos de este autor, pero en la faceta detectivesca: no me han parecido nada mal y, probablemente, sea de los mejores escritores actuales de novelas de intriga.  No obstante, este libro no es sobre detectives, sino que está basado en la historia real de la que fuera virreina de Nápoles por la defunción de su esposo, el virrey. La narración tiene el toque de humor de Mendoza.

En el párrafo anterior ya está descrito sobre qué va la historia, pero es mucho más que eso, pues primero se nos muestra cómo actúan los consejeros del virrey y luego cómo actúa la virreina y qué hace para evitar que los consejeros sigan haciéndolo como lo hacían y sin que se le pueda achacar abuso de poder; también hacia dónde dirige su mirada y qué hace para ganarse a la gente.

Si este libro fuera leído por las feministas estaría en la lista de los más vendidos muchas semanas y la virreina pasaría a ser su modelo a seguir, pero la trama de la novela está tan bien montada que no molesta la supremacía y el ingenio de la protagonista; es más, se acaba la novela y uno querría que la realidad pudiera llegar a ser así. Un real deleite.





La sesión del Sacro Regio Consejo que el virrey don Ángel de Guzmán, marqués de Castel de Roderigo, celebraba en palacio cada mañana de miércoles a las diez en punto, también aquel día, que era el 3 de septiembre de 1667, comenzó como de costumbre, siguiendo un procedimiento rígidamente establecido.”



domingo, 13 de septiembre de 2020

Jakob Wassermann: El caso Maurizius (*/**)

(leídas 496 de 666 pág.; Moai)                        (45; septiembre de 2020)

Marisol leyó este libro el año pasado y me lo recomendó. Como tengo muchos recomendados voy leyendo uno cada mes y ahora lo he hecho… casi todo, aunque lo hubiera dejado mucho, pero que mucho antes. Ya me dijo ella que la última parte no hacía falta que la hubiera escrito (yo creo que hacía falta que no hubiera escrito tanto), y eso es lo que no he leído. Nota al margen: Marisol compró este libro en Amazon y digitalizado por Moai: mal asunto, es un libro muy barato, pero lleno de errores ortográficos, por lo que no vale la pena comprar este tipo de edición. Bastante mejor estaba el libro gratuito que encontré en ebookelo.

Maurizius es un joven que fue condenado por el asesinato de su esposa y, sobre todo, debido a lo persuasivo que fue el fiscal que, sin una prueba concluyente consiguió la condena. Eso pasó poco antes de que el hijo del fiscal naciera y ahora, dieciocho años después, el padre de Maurizius se ha presentado ante el fiscal en presencia de su hijo, pero no puedo decir nada. El hijo del fiscal se ha quedado impresionado por la presencia del viejo y por la cara de su padre al verle y quiere saber qué se halla detrás de todo ello, así como, qué sucedió entre sus padres para que su madre desapareciera de su lado y que nadie nunca la mencione.

Si la historia contara lo que he resumido podría ser una historia interesante, pero a cada frase relativa a un aspecto del carácter de cualquier protagonista, hay una digresión sentando cátedra sobre cómo son las personas que tienen ese rasgo, lo que hace que, más que una novela, sea un tratado psicológico y, para los que solo queríamos pasar un rato leyendo una historia interesante resulta que nos encontramos con un sucedáneo de una tesis. He de añadir que Wassermann tuvo tanto éxito como Thomas Mann, por lo que debo estar equivocado, aunque no me haya gustado.





“Desde antes de la aparición del hombre de la gorra de marino era visible que el joven Etzel ya estaba agitado por presentimientos vagos, acaso a raíz de esa carta timbrada en Suiza que, al retornar de la escuela, había visto sobre la consola del vestíbulo.”



sábado, 12 de septiembre de 2020

Julián Ayesta: Helena o el mar del verano (***)

(86 pág.; Acantilado)                          (44; agosto de 2020)

Lo tenía anotado por una de esas recomendaciones a las que voy haciendo caso y me lo regaló Anna en los pasados Reyes y ahora lo he podido leer y ha sido un verdadero disfrute: es enternecedor, habla un pasado ligeramente anterior a cuando yo era niño, por lo que casi es lo mismo que decir que también fue el mío pues, en aquellos años, no había muchos cambios. Su lectura es tan fácil que puede pasar lo que a más de uno se le ocurre cuando ve algunos cuadros de Picasso: yo también podría hacer eso. Sí, pero ya no lo harías antes que él; por no decir, si lo harías tan bien. Pues con este librito de Ayesta sucede lo mismo: nos cuenta lo que, más o menos todos hemos vivido, entonces ¿qué mérito tiene? No llegarán a dos horas de tu tiempo el que lo descubras.

Dos veranos con un invierno en medio le permiten al protagonista de la historia relatarnos cómo se es al comenzar la adolescencia, qué se siente, cómo se divertían (hablamos de hace setenta años atrás) y, al volver a encontrarse en verano, darse cuenta de que las jovencitas a las que asaltaban con guerras de almohadas se quedan perplejas ante ese comportamiento tan salvaje, tan poco maduro hacia unas personas que ya no son niñas; entonces el joven que es más avispado dejará de comportarse como un crío y se irá haciendo adulto a la sombra de las que ya lo son.





“El dulce de guinda brillaba rojísimo entre las avispas amarillas y negras y el viento removía las ramas de los robles y las manchas del sol corrían sobre el musgo, sobre la hierba suave y húmeda y sobre la cara de los invitados y de las Mujeres y de los Hombres, que estaban fumando y riéndose todos a un tiempo.”



domingo, 6 de septiembre de 2020

Gabriel García Márquez: El otoño del patriarca (***)

(343 pág.; Bruguera)          (43; agosto de 2020; Premio Nobel 1982)

Cuando aún no me gustaba García Márquez y había dejado a menos de la mitad Cien años de soledad ya había disfrutado de este inclasificable libro y, ahora que ya he leído ocho de sus libros, me permito releerlo y redisfrutarlo de nuevo (según word el verbo anterior no existe pero, la verdad, es que yo lo he vuelto a disfrutar).

El patriarca, que no es otro que el dictador de toda la vida, ya es viejo, a pesar de que sigue teniendo la fuerza, el carácter y el poder de antaño, a pesar de que el pueblo lo denomina “el macho”, a pesar de que las hembras de su alrededor saben que no se le puede negar nada, lo que también lo saben sus generales y cualquiera que esté a sus órdenes, y estas siempre son obedecidas pues, de otro modo, alguien obedecerá una orden fulminante y acabará con el desobediente, y eso ocurre a todos los niveles, nadie está libre de que en un mal día el patriarca, el macho, decida acabar con él, y aunque está viejo y su cuerpo no le responde como antaño, aún es capaz de enfrentarse a los diplomáticos de la potencia que lo apoya, o de proclamar leyes que parecen inaplicables, pero por algo él es el patriarca, el macho que todo lo puede, hasta marcar la hora, aunque desconozca la realidad que lo envuelve.

Según García Márquez este es el libro que más le costó escribir y sorprende que pudiera hacerlo, encadenando una frase tras otra sin solución de continuidad, dejando al lector sin aire que respirar porque no hay una pausa suficientemente larga como para hacerlo y porque la historia es un continuum que no se puede interrumpir y que, además no apetece hacerlo, porque uno se siente atrapado en ella y solo quiere seguir avanzando hasta ver dónde puede conducir tal sucesión de datos, pensamientos o hechos, lo que hace que la lectura sea lenta, pero no por ello insatisfactoria y cuando se llega al final, totalmente agotado, se desearía tener más fuerzas para volver a comenzar y saborear, ahora que se conoce cómo acaba la historia, todos sus entresijos.





Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada del lunes la ciudad despertó de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza.”



sábado, 5 de septiembre de 2020

Emily Brontë: Cumbres Borrascosas (***)

 (414 pág.; Austral)                             (42; agosto de 2020)

Fernanda vino a Barcelona en diciembre del pasado año y, aparte de tener la gentileza de saludarme, me regaló este libro que, curiosamente, ni lo teníamos ni lo había leído, y lo primero ya empieza a ser difícil tratándose de un clásico como este, para lo segundo harán falta varias vidas. Pero puedo decir que estas cumbres han sido holladas en esta vida.

Cumbres Borrascosas, esta última palabra también en mayúscula porque es el nombre de una heredad, consta de la casa principal, mucho terreno y, a una distancia relativamente cercana, otra casa. A esta llega el nuevo inquilino y desea ir a saludar a su propietario, el señor Heathcliff, de ahí la primera frase de la novela. En la casa del propietario ve a dos jóvenes que le sorprenden y, cuando llega a su casa, le pide al ama de llaves que le cuente la historia de la familia, pues ella entró a trabajar en esa casa muy joven y, lo primero que le dice es que el actual propietario era un muchacho vagabundo y sin familia que fue recogido de la calle, lo que sorprende al inquilino, pues ahora es el propietario, a pesar de que los jóvenes llevan los apellidos que figuran en la fachada de la casa principal.

Menudo lío que me he hecho con los nombres (nombres propios, apellidos de solteras y casadas) y la casa donde residen los personajes (pues los hay que llegan a residir en las dos); la novela de mediados del XIX contiene mucha violencia, más psíquica que física, aunque esta impacta cuando aparece; la mística, lo romántico y lo gótico no lo he apreciado tanto como indican sus reseñas, pero eso es un fallo mío y un alma más sensible sabrá apreciar mejor esta excelente novela.





“Acabo de volver de una visita al casero…, el único vecino a quien tendré que aguantar.”