domingo, 31 de diciembre de 2017

Antonio Tabucchi: La cabeza perdida de Damasceno Monteiro (**/***)

(184 pág.; Anagrama)                                   (70; diciembre de 2017)
Con ganas vuelvo a leer algo de Tabucchi, pues su Sostiene Pereira me gustó mucho, pero hay que compaginar autores nuevos con los que tenemos ganas de releer y eso lleva su tiempo, años en mi caso.
Y hablando de caso, el que se encuentra la policía de Oporto: un cadáver sin cabeza. El protagonista de esta novela es un periodista de Lisboa que es enviado por su diario para aportar los máximos datos posibles de tamaño suceso y él, que tiene ínfulas de escritor serio, no quiere dedicarle más que un par de días, pero la historia tiene más profundidad de la que todo el mundo cree y se tiene que quedar en Oporto el tiempo suficiente como para apreciar a esta ciudad más de lo que inicialmente hubiera pensado y, de paso, resolver el misterio. Teatral, singular e interesante personaje es el abogado que aparece en la novela.
Basado en un hecho real sucedido en Lisboa. Sabiendo que entre las dos ciudades hay una antigua rivalidad, ¿qué llevó a Tabucchi a cambiar el escenario?




Manolo el Gitano abrió los ojos, miró la débil luz que se filtraba por las rendijas de la chabola y se levantó, procurando no hacer ruido.”


sábado, 30 de diciembre de 2017

Leandro Fernández de Moratín: La comedia nueva (**)

(82 pág.; Fundación Biblioteca)                    (69; diciembre de 2017)
Hace ya muchos años que leí su obra más conocida y así que ya era hora de volver a leer otra de sus obras.
Esta comedia viene a ser un ajuste de cuentas de Moratín con los autores noveles de su época que estrenaban obra tras obra sin ton ni son; por lo que, aunque te hace sonreír con las tonterías del “autor” y sus allegados que aparecen en la obra, solo es una lectura recomendable si se tiene en cuenta el motivo de su creación que, ya he dicho, es dejar en evidencia el teatro del momento.




“DON ANTONIO.-
Parece que se hunde el techo.”


domingo, 24 de diciembre de 2017

Antonio Skármeta: El cartero de Neruda (**/***)

(139 pág.; El País)                              (68; diciembre de 2017)
Comienzo a leer este libro pasadas las doce de la noche y no lo puedo dejar hasta haberlo acabado, a pesar de conocer la historia pues vi la película basada en él. Personalmente, me gusta más la película, sin desdeñar en absoluto el libro, pero el guion de la misma le quita lo azaroso que fue en Chile el tiempo en que transcurre la historia y, en cambio, intensifica la relación entre el poeta y el cartero, lo que la hace mucho más entrañable y divertida a la vez.
Un joven pescador, al que no le gusta el trabajo duro ni madrugar, ve un anuncio en la estafeta de correos en el que se solicita un cartero para atender a Pablo Neruda que está en la isla. A este joven, con pocas luces y menos estudios, el contacto con Neruda hace que espabile y, entre las lecturas y enseñanzas que recibe, consigue su lugar en la vida. Metafóricamente hablando.



“En junio de 1969 dos motivos tan afortunados como triviales condujeron a Mario Jiménez a cambiar de oficio.”


sábado, 23 de diciembre de 2017

Pedro Salinas: La voz a ti debida (**/***)

(127 pág.; El País)                              (67; diciembre de 2017)
Cada año quiero leer un libro de poesía de un autor nuevo, para mí, y hasta ahora no he podido. Ha habido mucho libro nuevo este año debido en gran parte al hecho de comenzar una nueva década. Pero llegados aquí elijo de los que tengo pendientes a Salinas, cuyo apellido me suena y, avergonzado, me entero leyendo la introducción que fue uno de los importantes de la generación del 27. Constantemente descubro mis pobres resultados de la educación que recibí.
Esta obra cuenta una historia de amor en forma de poema aunque sin rima y todo seguido, pero hay una separación entre un capítulo, por llamarlo de alguna manera, y otro. Como leí en la introducción que la generación del 27 eran seguidores de Góngora y que utilizaban muchas metáforas pensé que no entendería nada. Y no he entendido todo lo que el poeta quiso transmitir, pero me ha gustado su musicalidad, sus ligeras frases, su manera de explicar lo mucho que la quería y la encontraba a faltar; en resumen, me ha gustado lo que me ha llegado de todo lo que Salinas quiso expresar.




“Tú vives siempre en tus actos.”


domingo, 17 de diciembre de 2017

Mario Vargas Llosa: Los cachorros (***)

(67 + 50 pág.; Lumen)     (66; diciembre de 2017)     (Premio Nobel 2010)
Me encuentro en la calle tres libros de Vargas Llosa: uno sé que lo tengo y de los otros dos, Los jefes y Los cachorros, dudo cuál es el que tengo. Quiero coger el que no tenemos en casa, pero no recuerdo bien cuál es. Finalmente me decido por el de la cabecera: es el que teníamos, pero tanto da, pues así lo tendré también en Huesca.
Comienzo por donde no debo comenzar: los prefacios y las introducciones. Cincuenta páginas hablando sobre un libro de sesenta y siete. Me lo destripan, hasta el final, pero están muy bien, pues explican lo que de otra manera no sabría. Pero deberían advertirlo o ponerlo al final, o yo recordar que no lo debo leer hasta haber leído el libro en cuestión.
Miraflores, Lima, año 1967, cuando yo llegué. Adolescentes a punto de convertirse en ser hombres. En párrafos donde, seguido del nombre de cada uno de ellos, se expresa lo que piensan sobre lo que les va sucediendo. Al principio cuesta de seguir, pero al final, con un poco de atención, la lectura es más rápida y unida. Para qué voy a explicar lo que es la vida de un joven que estudia en un colegio de curas, ya lo hemos leído otras veces. Aquí, la diferencia, es que al más rico de ellos le sucede un accidente terrible y ello hace que todo gire a su alrededor, hasta que se hacen adultos, pues la vida sigue a pesar de todo y él pierde su influencia.
Sesenta y siete páginas y, de un plumazo, nos explican veinte años de la vida de media docena de jóvenes y de la época que les tocó vivir. No lamento haber escogido esta novela. Enorme.




“Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos aprendiendo a correr olas, a zambullirnos desde el segundo trampolín del “Terrazas”, y eran traviesos, lampiños, curiosos, muy ágiles, voraces.”


sábado, 16 de diciembre de 2017

Bram Stoker: Drácula (**/***)

(518 pág.; Amazon)                            (65; diciembre de 2017)
Una tarde, hace poco más de cuarenta años, me encontraba enfermo y hacia eso de las siete me trajeron este libro que yo no tenía ni había leído. Doce horas después apagaba la luz y me ponía a dormir. Este año he querido leerlo de nuevo, pues aunque la historia es muy conocida, tenía ganas de tener presente el texto original.
A medida que lo iba leyendo pensaba en lo que habría significado leerlo en el momento de su publicación, pues las descripciones de lo que sucede nunca son claras, ya que los narradores son los que desconocen la realidad que están viviendo y, sobre todo, están envueltas de misterio, supersticiones o terror ancestral.
Yo diría que hay dos partes claramente diferenciadas en la novela. Como no voy a explicar la trama, pues nadie nacido fuera de esta década la desconoce, sí que daré el punto de inflexión que tiene la historia: cuando todos los protagonistas se reúnen en casa del doctor. Ya ha llegado Van Helsing y nos ha metido más miedo en el cuerpo con la amiga de la protagonista y, a partir de ese momento, se trata de acabar con Drácula. Pero entonces la tensión disminuye y puede llegar a hacerse tediosa tanta explicación sobre el porqué de las facultades, carencias o dificultades del citado y temido conde. Características que, obviamente, Stokes no explica ni presenta razonadamente, sino que, a medida que avanza la historia va diciendo que si los ajos, la cruz, la estaca, la luz solar y más cosas por el estilo. Además, se hace muy ostensible el machismo de la época: los hombres pueden con todo y las delicadas mujeres se han de quedar en casa, a pesar de que es la protagonista la que arroja más luz sobre el conde que ellos mismos. En cualquier caso, una excelente novela que creo que hay que leer.




“Cuando iniciamos nuestro paseo, el sol brillaba intensamente sobre Múnich y el aire estaba repleto de la alegría propia de comienzos del verano.”


sábado, 9 de diciembre de 2017

Emile Zola: Nana (***)

(332 pág.; Sarpe)                               (64; noviembre de 2017)
Una joven del arroyo aparece en una obra de teatro de variedades aunque no sabe cantar, no sabe bailar, no declama correctamente y, además, no se sabe el texto. Pero el movimiento de sus caderas y la poca ropa de la que consta su vestimenta hacen que tenga un éxito del cual habla todo París. Tanta fama alcanza que todos los hombres adinerados se rifan poder ser ellos el elegido para mantenerla. Y ella escoge a uno, a otro y a otro más. Escoge a cuantos quiere y les exprime todo lo que tienen y lo que no tienen.
Y Zola nos lo cuenta de forma exquisita, en una docena de capítulos de una media hora de duración de lectura cada uno, metiéndonos de lleno en el teatro, en las cenas y fiestas que se dan y, sobre todo, haciéndonos sentir intensamente lo que debió ser el mundo de las mantenidas y el París de finales del XIX.




“A las nueve, la sala del teatro Varietés aún estaba vacía.”


sábado, 2 de diciembre de 2017

Fernando Sánchez Dragó: La prueba del laberinto (*/**)

(157 pág. de 341; Planeta)                              (63; noviembre de 2017)
Tuve que respirar “abdominalmente en ocho tiempos” para no dejar el libro en las cinco primeras páginas; en las cincuenta siguientes, mientras el protagonista mantenía una plúmbea conversación con su hija Kandahar tuve que respirar “abdominalmente en ocho tiempos” varias veces; y en el resto de lo que leí, y que trata de una conversación con un echador de cartas, nos encontramos los tres respirando “abdominalmente en ocho tiempos”. Y me cansé de tanto respirar.
¿Verdad que es repetitivo e innecesario lo que ha aparecido entrecomillado tres veces en el párrafo anterior? Pues en las páginas que leí lo repite ¡trece veces! y en alguna de ellas en más de una ocasión. La conversación con su hija, Kandahar, va de la página 35 a la 70 y su nombre se menciona 63 veces. No la conozco, pero empezaba a odiarla.
Considero a Sánchez Dragó una persona erudita pues alguna vez lo vi en televisión hace muchos años, y he leído algún artículo periodístico de él, pero un libro así no tiene pase. Marisol leyó en su momento diez páginas más que yo. Los premios Planeta y yo estamos reñidos, pues para uno que me ha podido gustar, la mayoría no puedo tacharlos ni de comerciales, aunque si así les va bien el negocio me parece perfecto. Yo, poco a poco, me estoy vacunando contra su lectura.




“La Biblia lleva razón cuando dice que el Maligno se embosca en lo baladí.”