domingo, 27 de febrero de 2011

Antón Chéjov: Nueve cuentos sin final feliz (**)

            (121 pág., letra muy grande; 11’10 €; Benteveo)         (8, marzo de 2010)
            No hay engaño en el título: son cuentos que, en mayor o menor medida, no terminan felizmente.
            Estos cuentos se leen muy deprisa, pues aparte de que son muy cortos, entre 4 y 31 páginas, esta edición es de un tamaño de letra enorme. Algunos de ellos aparentan ser un fragmento banal de una vida tal y como se indica en la introducción, pero todos tienen un aroma amargo o ácido.
            A resaltar La corista, El mendigo o El álbum, entre los que más transmiten esa sensación que produce cierto malestar en el lector.




“En cierta ocasión, cuando era más joven y hermosa y tenía mejor voz, se encontraba en la planta baja de su casa de campo con Nikolai Petróvich Kolpakov, su amante.”          La corista

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Truman Capote: Desayuno en Tiffany’s (**)

            (210 pág,; 7’- € ; Club Bruguera)                                 (7, febrero de 2010)
            No he visto la película, pero estoy seguro que no es totalmente fiel al relato.
            En esta edición hay cuatro relatos cortos y el más conocido y largo es el que da título al libro. Digo que la película seguramente no refleja el relato porque trata de una adolescente que huida de su hogar se casa con un hombre que tiene tres hijos y a los que también deja para vivir de los hombres. Es un relato con un personaje central inolvidable y aunque la historia no es de color de rosa es explicada de forma que no deja mal sabor de boca.
            El siguiente relato también trata de una adolescente que tiene que buscarse la vida, pero el final es diametralmente opuesto al anterior.
            El último relato trata de la paupérrima vida de un niño junto con una anciana y de cómo las ilusiones pueden hacer que la vida más miserable esté llena de buenos momentos. Entrañable.
            En resumen, son unos relatos cortos, intensos en lo que explican, pero llenos de esperanza.



“Siempre me siento atraído por los lugares en donde he vivido, por las casas y los barrios.”


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domingo, 20 de febrero de 2011

Leopoldo Alas, Clarín: La Regenta (***)

            (732 pág., letra muy pequeña; 7’- €; El País)              (6, febrero de 2010)
            Una de las mejores novelas decimonónicas. Vetusta. Esta vez no es adjetivo, es nombre propio. Es el nombre de la ciudad (Oviedo) donde transcurre la acción. Yo no quería leerla porque el título me sugería las desventuras que se vivían en una institución regida por dicha regenta. Nada más lejos de la realidad. Lo que demuestra que no se deben sacar conclusiones a la ligera y que los clásicos hay que leerlos. Por algo han llegado hasta nuestros días.
            La Regenta es una joven casada con un ex-regente (magistrado) que le dobla la edad y que se debate durante toda la obra entre abrazar a Cristo o al hombre más “macizo” de Vetusta. Para alimentar lo primero y desaconsejar lo segundo está la figura del Magistral, cura avaricioso y dominante. Y como fondo a la historia toda una galería de personajes en los que se ridiculiza a la sociedad española finisecular, dominada por las costumbres inveteradas y la Iglesia.
            No había leído un libro que fuera tan descriptivo como éste, puede estar describiendo un paisaje, una estancia o una situación durante líneas y líneas. Hasta los diálogos son descritos, pues en muy pocos hablan los propios personajes. Quizá en algún momento la novela pueda cansar, por tanta duda en el personaje de la Regenta, pero las cien últimas páginas se leen de un tirón.
            En el inicio un homenaje al Quijote y la primera pulla de la novela: “La heroica ciudad dormía la siesta. … Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacía la digestión del cocido y de la olla podrida, …”



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sábado, 19 de febrero de 2011

Benjamin Black: El lémur (**)

            (202 pág.; 16’50 €; Alfaguara)                                      (5, enero de 2010)
            La trama de este relato corto, pues aunque tiene doscientas páginas la letra es grande, va desarrollándose de menos a más. Es decir, comienza sin hacer ruido, casi se comienza a leer y se hace desganadamente, al igual que las actitudes de los personajes de los tres primeros capítulos, pero a medida que progresa, a pesar de que no sucede nada, se van teniendo más ganas de avanzar en la historia. Y ya no para hasta las cinco últimas páginas en las que un final, a mi entender, flojo, muy flojo y sin mayor imaginación te deja un poco desilusionado.
            No obstante, también leeré otro libro de novela negra que tengo de este autor. Quiero añadir que Benjamin Black es el seudónimo de John Banville, prestigioso escritor de narrativa y biógrafo.




El investigador que había contratado resultó ser un hombre joven, muy alto y muy flaco, con una cabeza demasiado pequeña para el físico que gastaba, y una nuez de Adán del tamaño de una pelota de golf.”

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domingo, 13 de febrero de 2011

Jorge Luis Borges: EL Aleph (**)

            (184 pág.; 8’- €; Alianza)                                              (4, enero de 2010)
            Tenía muchas ganas de leer algo de Borges por la enorme fama que tiene y, en concreto, me apetecía este libro porque tengo entendido que es uno de sus más conocidos y reconocidos. No me esperaba que fueran relatos cortos, algunos de unas pocas páginas, y de estilo fantástico, aunque seguro que tienen un trasfondo que a mí se me escapa.
            Utiliza un lenguaje muy esmerado, sobre todo en los primeros relatos, por lo que precisé del diccionario en más de una ocasión. Sé que Borges tenía una gran cultura, pero quiero pensar que muchas de las citas, personajes e historias que explica como si fueran históricas son de su invención, pues de lo contrario su erudición me parece sobrehumana: en los relatos aparecen todas las religiones importantes, muchos países, épocas diferentes y una gran capacidad de fabulación.




“En Londres, a principios del mes de junio de 1929, el anticuario Joseph Cartaphilus, de Esmirna, ofreció a la princesa de Lucinge los seis volúmenes en cuarto menor (1715-1720) de la Ilíada de Pope.”
El inmortal

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sábado, 12 de febrero de 2011

Yasunari Kawabata: Lo bello y lo triste (**/***)

            (209 pág.; 7’55 €; Booket)      (3, enero de 2010)      (Premio Nobel 1968)
            He leído a muy pocos autores orientales: Xingjian, Pamuk (aunque no sea totalmente oriental), Murakami y ahora a Kabawata. No importa si el libro tiene 700 páginas como los dos primeros o 200 como los dos últimos. El ritmo de la historia o la construcción de las frases son diferentes a las de los occidentales. Las cosas precisan su tiempo y ellos se lo toman. Las descripciones se vuelven sutiles y líricas no ex profeso, si no que es su forma de expresarlas (por eso he puesto a Pamuk en la lista).
            Esto que sugiero en el párrafo anterior es totalmente aplicable a Lo bello y lo triste. Sólo hay que ver el título, o el nombre de una construcción que se cita: Pabellón de la Lluvia Otoñal.
            La novela habla de un amor habido hace veinte años entre una adolescente y un hombre mayor que ella, relatado desde el presente cuando él ya es un conocido escritor y ella una pintora con nombre y él desea volver a verla un final de año. El hijo de él conoce a la alumna que vive con ella… y no explico más porque tiene un buen final que vale la pena llegar a él al ritmo que el autor quiso ir desgranando la historia.



“Eran seis las butacas giratorias que se alineaban sobre el lado opuesto del vagón panorámico de aquel expreso a Kyoto.”
Campanas del templo

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domingo, 6 de febrero de 2011

Ray Bradbury: Crónicas marcianas (***)

            (244 pág.; 17’95 €; Ediciones Minotauro)                     (2, enero de 2010)
            La colonización de Marte por parte de los humanos. Muy interesante el planteamiento de la historia, contada en forma de capítulos independientes, pero que van avanzando en el desarrollo de la idea principal de dicha colonización.
            En el trasfondo, una crítica social (capítulo Un camino a través del aire) y una crítica constante a la facilidad de destrucción y de autodestrucción de la raza humana (escrito poco después del final de la Segunda Guerra Mundial ya aventura un final atómico).
            Como apunte biográfico, decir que Bradbury no fue a la universidad y que sus primeros trabajos literarios fueron escritos unos pocos años antes que esta novela, que junto con Fahrenheit 451 son sus obras más reconocidas.




“Un minuto antes era invierno en Ohio; las puertas y las ventanas estaban cerradas, la escarcha empañaba los vidrios, el hielo adornaba los bordes de los techos, los niños esquiaban en las laderas; las mujeres, envueltas en abrigos de piel, caminaban torpemente por las calles heladas como grandes osos negros.”

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sábado, 5 de febrero de 2011

Roberto Bolaño: Los detectives salvajes (***)

            (609 pág.; 14’50 €; Anagrama)                                     (1, enero de 2010)
            Literatura, literatura y más literatura. Sobre ella escribe Bolaño. Es el segundo libro que leo de él, el otro fue 2666, y me ha gustado mucho. Mientras los estaba leyendo era como si entrara en una espiral, cada vez iba más deprisa, cada vez quería leer más y quería avanzar más en la historia, pero a la vez no deseaba que acabara nunca, sino que se mantuviera y me mantuviera en vilo en esa vorágine de palabras, personajes, historias y formas de narrar tan particulares.
            Como no creo que haya transmitido suficientemente bien lo que siento al leer a Bolaño, se me ocurre un símil musical: me pasa lo mismo escuchando el Bolero de Ravel. Parece como si la composición no se desarrollara, que fuera lenta, que apenas variara, y poco a poco te ves envuelto y absorbido por ella.
            No quiero dejar de detallar algo concreto de Bolaño: me gusta mucho la cantidad de personajes, situaciones extrañas y formas de explicarlo que tiene. Simplificando, diría que Bolaño es un árbol muy frondoso cuyas raíces son sus vivencias que hace vivir a su alter ego Arturo Belano; el fuerte tronco es la literatura (en este libro es la poesía, en 2666 era la narrativa); y del tronco nacen las ramas que son los personajes y de las ramas las hojas, que son las historias que va desgranando.
            Esto no intentaba ser una crítica, sino más bien una forma de agradecimiento.



“He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral.”

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