(609 pág.; 14’50 €; Anagrama) (1, enero de 2010)
Literatura, literatura y más literatura. Sobre ella escribe Bolaño. Es el segundo libro que leo de él, el otro fue 2666, y me ha gustado mucho. Mientras los estaba leyendo era como si entrara en una espiral, cada vez iba más deprisa, cada vez quería leer más y quería avanzar más en la historia, pero a la vez no deseaba que acabara nunca, sino que se mantuviera y me mantuviera en vilo en esa vorágine de palabras, personajes, historias y formas de narrar tan particulares.
Como no creo que haya transmitido suficientemente bien lo que siento al leer a Bolaño, se me ocurre un símil musical: me pasa lo mismo escuchando el Bolero de Ravel. Parece como si la composición no se desarrollara, que fuera lenta, que apenas variara, y poco a poco te ves envuelto y absorbido por ella.
No quiero dejar de detallar algo concreto de Bolaño: me gusta mucho la cantidad de personajes, situaciones extrañas y formas de explicarlo que tiene. Simplificando, diría que Bolaño es un árbol muy frondoso cuyas raíces son sus vivencias que hace vivir a su alter ego Arturo Belano; el fuerte tronco es la literatura (en este libro es la poesía, en 2666 era la narrativa); y del tronco nacen las ramas que son los personajes y de las ramas las hojas, que son las historias que va desgranando.
Esto no intentaba ser una crítica, sino más bien una forma de agradecimiento.
“He sido cordialmente
invitado a formar parte del realismo visceral.”
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