sábado, 22 de julio de 2017

Harold Bloom: Shakespeare. La invención de lo humano (**)

(862 pág.; Anagrama)                                               (34; julio de 2017)
Estos dos últimos meses han sido más duros de lo habitual: la renta, el SII (quien sepa de que hablo lo comprenderá), el tocho cuya portada aparece más abajo y el siguiente tocho que le leído conjuntamente, pues uno es un ensayo y no estaba digitalizado y el otro sí.
He leído bastantes obras de Shakespeare, incluso sus afamados sonetos, por lo que tenía verdaderas ganas de leer este libro que regaló Gemma a Marisol. Bloom está considerado uno de los mejores críticos de su momento y ha sido catedrático durante medio siglo, por consiguiente no soy digo ni de comentar que he leído su libro, pero lo voy a hacer.
Si no se repitiera tanto comparando, una y otra vez, los personajes de Shakespeare o sus obras, quitaríamos unos cientos de páginas; si en relación a todos los personajes principales y a la mayoría de obras no nos dijera tantas veces que son nihilistas, un centenar de páginas; las frases en las que aparecen las palabras pathos y ethos, que no digo que no sean necesarias en una crítica literaria tan profunda como esta, otro centenar; y, por último, si quitáramos las repeticiones (ojo, solo las repeticiones) de las veces que compara a Shakespeare con los autores contemporáneos a él o las obras de todos ellos, desparecerían otros cientos más. ¿Seré descendiente del Gran Capitán?



“La respuesta a la pregunta “¿Por qué Shakespeare?” tiene que ser “¿Pues quién más hay?”.


sábado, 1 de julio de 2017

André Kertész: Leer (***)

(75 pág.; Periférica & Errata)                                     (33; junio de 2017)
Sigo aquí, aunque no lo parezca. Estoy liado con dos libros que suman más de dos mil páginas y ya veremos cuándo acabo con ellos, o viceversa. Anna me trae este libro que le regalé en Navidad y me tomo un respiro de tanta letra, aunque leo las dos introducciones.
Mi mala memoria me jugó una pasada, otra vez, y creí que el autor de las fotografías era el ganador del Premio Nobel de Literatura, pero André no es Imre. Pero no me sabe mal el error, pues las fotografías en blanco y negro son bellísimas, con unos claroscuros muy definidos y abarcan desde 1915 hasta 1970. A veces no se aprecia que la persona está leyendo, otras son tiendas o librerías abarrotadas y los ojos se colman de libros y se siente una cierta envidia. En cualquier caso, un gusto haber leído este libro.