sábado, 25 de noviembre de 2017

Leonardo Padura: Pasado perfecto (**/***)

(240 pág.; Tusquets)                                      (62; noviembre de 2017)
Hace ya algún tiempo que Marisol había leído una obra de este autor y me la aconsejó, luego leyó esta y aún le gustó más que la anterior, así que, pasado el periodo de estar en la lista de aconsejados, la he leído y me he llevado una grata sorpresa.
La acción transcurre en La Habana, el personaje principal es un resacoso teniente al que su jefe llama un día que libra, pues un antiguo compañero de aquel ha desaparecido el día de nochevieja. El desaparecido ostenta el cargo de viceministro de Industria por lo que hay que actuar de inmediato. Además, está casado con la chica que era la más guapa del instituto y de la que estuvo enamorado el teniente.
Padura desarrolla una historia que se remonta unos quince años atrás, cuando los protagonistas eran estudiante de preuniversitario y lo va enlazando con la actualidad y la realidad cubanas. Me ha gustado mucho porque no hay ninguna estridencia ni altibajo, la narración se desarrolla poco a poco pero hace que se lea con mucho interés y así vamos sabiendo a qué pasado perfecto se refiere el título. A ritmo de habanera, tranquilo.



“No necesito pensarlo para comprender que lo más difícil sería abrir los ojos.”


domingo, 12 de noviembre de 2017

Fernando de Rojas: La Celestina (***)

(283 pág.; El País)                                          (61; noviembre de 2017)
Esta madrugada he terminado de leer este libro y, una vez más, constato que la educación que recibimos (ojalá que no sea la que se imparte hoy) no fue todo lo buena que debió ser. Me explico: en Literatura de sexto de bachillerato nos dieron unos conocimientos (que yo no recuerdo porque no era buen estudiante) y los nombres de muchos autores y libros que era imprescindible leer. A día de hoy, que ya he leído alguno de esos, me doy cuenta que son muy buenos, que enseñan, divierten y me sorprende que hayan sido escritos en esas épocas (este, en concreto, en 1499); pero dudo mucho que la mayoría de mis compañeros los hayan leído (y no alardeo, pues he tardado más de cuarenta años en hacerlo yo). En resumen, no nos vendieron bien el producto.
Dice Fernando de Rojas, en una carta a un amigo, que se encontró el primer acto y que le pareció tan interesante que lo alargó veinte más… en solo quince días. Pues a pesar de dedicarle tan poco tiempo el resultado es loable, no tiene desperdicio y está lleno de refranes y adagios de aplicación en el siglo del autor y en el de hoy día. Me ha costado unos cuantos días leer estas casi trescientas páginas, pero es que la versión es en castellano antiguo y parece otro alfabeto: letras cambiadas por otras (v/b, b/v, u/v, v/u, y/i, e/i, z/c, f/h), palabras sin h inicial, r doble después de n, palabras desconocidas hoy en día pero que muchas aparecen en el diccionario, etc.; pero, en cualquier caso, un instructivo divertimento.
Breve resumen de lo que no escribió Rojas: Calisto está buscando su halcón y entra en el jardín de Melibea. Se enamora perdidamente de ella, pero ella le desdeña. Un criado de Calisto conoce a Celestina y le dice a su señor que ella podrá hacer que Melibea se enamore de él. Calisto le ruega que traiga a Celestina y acuerdan que ella de se encargue de convencerla. Ahora solo restan veinte interesantes actos para saber en qué acabará todo esto.



“Calisto.- En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.”


sábado, 11 de noviembre de 2017

Raymond Chandler: Adiós muñeca (**/***)

(307 pág.; Bruguera)                                     (60; octubre de 2017)
Podría decir de esta novela lo que dije de la primera que leí de este autor: no me acodaba de la película, la trama es rebuscada, Marlowe es mordaz hasta la médula y, como la anterior, es una lectura muy recomendable. No hay duda de que Chandler era un hombre culto y en esta novela, su segunda, también muestra que estaba interesado por la situación social del momento, como se puede apreciar en la frase con que se inicia la historia y que está al pie de la foto.
Un hombre gigantesco sale de prisión después de haber cumplido su condena y va al garito en el que, años atrás, trabajaba su novia. Nada más entrar ve a un hombre negro en el local y lo echa lanzándolo a través de la puerta. Marlowe, que pasaba por allí en ese momento y ha visto al gigante y lo que ha hecho, decide entrar e ver qué más puede suceder y ello le va a llevar a tener que descubrir dónde se encuentra la “muñeca” que fue novia del excarcelado y luchar por defender su vida, pues el pasado aparece subrepticiamente en el presente y afloran intereses que estaban aletargados.




“Era uno de esos bloques de Central Avenue, salpicados de blanco y negro, en realidad los negros aún no lo habían invadido del todo.”


domingo, 5 de noviembre de 2017

Kazuo Ishiguro: Pálida luz en las colinas (**/***)

(203 pág.; Anagrama)         (59; octubre de 2017)         (Premio Nobel 2017)
No es habitual, vamos creo que es la segunda vez, que le den el Premio Nobel de Literatura a un autor al que he leído y del cual tengo otro libro por leer, así que nada más concedido lo pongo en la lista de libros pendientes.
En esta novela, en línea con Un artista del mundo flotante, una japonesa residente en Inglaterra nos va contando, parca en detalles, retazos de su vida, sobre todo de la vida en Japón después de la Segunda Guerra Mundial y, en particular, de la relación de tuvo con otra mujer que tenía una hija. Decía esta mujer que se iba a ir a Estados Unidos, pero el momento nunca llegaba. No sabemos qué le había sucedido ni, exactamente, qué le pasa a su hija, que no parece estar bien anímicamente. De la mujer que narra la novela tampoco sabemos por qué se fue de Japón, pero nos habla ligeramente de su actual familia.
Le dije a Marisol que al igual que hay esculturas sin brazos, no porque los hayan perdido sino porque esa fue la intención del escultor, este libro es un boceto de historia, no es que esté inacabada, pero sí que va dando la información de gota en gota y, ni siquiera está toda plasmada, pero el lector puede sacar sus propias conclusiones y, de paso, conocer, más, lo que sintió la población japonesa al darse cuenta que con la pérdida de la guerra sus ancestrales estructuras se quebraron.




“Niki, el nombre que al final le pusimos a mi hija pequeña, no es una abreviatura, fue un acuerdo al que llegué con su padre.”


sábado, 4 de noviembre de 2017

Francisco de Quevedo: Historia de la vida del Buscón (**/***)

(170 pág.; El País)                                          (58; octubre de 2017)
Cuando tenía diez años empecé a comprarme libros con el dinero que me daban mis padres. En aquella época tenía que ver muy bien en qué libro invertía mi capital (pues como nos enseña la economía, este es limitado), así que calculaba el ratio número de hojas entre precio. Libro que compraba, libro que leía inmediatamente. Verne y Dostoyevski eran buenas compras.
Hará unos quince años ya no tenía que calcular ningún cociente y me podía comprar los libros por colecciones (de El País tengo 134 libros), pero entonces no leía ninguno, solo los ponía ordenados por autores en las estanterías. Ahora me alegro, no tanto de haberlos comprado, sino de estar leyéndolos: ya he leído 77 de ellos y, con tiempo, acabaré con el resto.
Y, en relación con mi primer Quevedo y su única novela, quiero comentar que es un libro que refleja la manera de ganarse la vida que tenían en aquel lejano tiempo los que no tenían hacienda, conocimientos o ganas de doblar el espinazo. Salvo una escena al principio de la historia a mi gusto un tanto desagradable, el resto es una serie de situaciones en las que se encuentra un pícaro, al que la vida no le trata como para hacer una carrera más honrada de la que termina haciendo, pero cuyo empeño en sobrevivir y las ganas que pone en aprender cualquier tipo de tretas para ello hace que nosotros nos entretengamos un buen rato.




“Yo, señor, soy de Segovia.”