sábado, 30 de junio de 2018

Guillermo Cabrera Infante: Tres tristes tigres (***)


(140 + 537 pág.; Cátedra)                             (32; junio de 2018)
Anna me regala este libro por Sant Jordi y es muy buen regalo y voy a intentar convencer a quien no la haya leído que así es. Guillermo Cabrera Infante tiene una imaginación desbordante y la aplica al idioma haciendo juegos de palabras en castellano, en castellano con inglés o con latín; también tiene un cultura enorme por lo que en cualquiera de sus páginas hay una referencia a una película, director de cine, escritor famoso, actor o una obra de arte, y también juega con todo ello. Para no referirme a nada que aparezca en la novela citaré el título de dos de sus obras (Infantería, La Habana para un infante difunto) y una anécdota que leí hace muchos años: Alfonso Guerra estaba hablando con Octavio Paz y no muy lejos de ellos había un grupo en el que se encontraba Cabrera Infante. Este, refiriéndose a los dos primeros, dijo a sus contertulios: “Ahí está la gran obra de Tólstoi”.
Dice el autor en una nota al inicio de la novela que no está escrita en castellano sino en cubano. Esto no debe asustar a nadie pues, como ya es presumible, aparte de las palabras propias de la isla, que pueden equivaler a nuestros giros, se entiende muy bien y le da un toque mucho más divertido a la historia, pues al fin y al cabo, la novela habla de La Habana: se nos explican sus calles, sus lugares famosos, su cabarés, la gente que la habita, los artistas cubanos y, entretejiendo todo ello, hay unas historias de mujeres cantantes y de tres amigos, dos de los cuales recorren las calles de La Habana en la parte final de la novela, lo que me llevó a pensar en algo que seguramente no tiene nada que ver, pero que yo le encuentro similitud: esto es el Ulises de Joyce en castellano y con gracia.




Showtime!



domingo, 24 de junio de 2018

Pearl S. Buck: Viento del este, viento del oeste (**/***)


(187 pág.; Círculo de Lectores)    (31; junio de 2018)    (Premio Nobel 1938)
La primera novela de esta autora y, al estilo de tantas que escribiría después, nos describe de una manera sencilla el contraste entre la China milenaria (aunque no se menciona en el libro) y la cultura occidental que va adentrándose y adueñándose de las maneras de proceder tradicionales. Mientras lo iba leyendo pensaba que las creencias que no están basadas en hechos objetivos, científicos o racionales terminan creando una situación de ruptura en algún momento, es decir, que una cultura basada en creencias que se pasan de generación en generación y que es por lo único que se mantienen, no siendo puestas nunca en tela de juicio terminarán desapareciendo, pero dejando desubicada a parte de la sociedad de ese momento.
La protagonista del libro es prometida el día que nace con el hijo de una familia acaudalada. Asimismo, su hermano se casará con la hija de esa familia. El prometido de la recién nacida, cuando es adulto, se va a estudiar medicina a occidente y cuando vuelve a su país viste y adopta las ideas aprendidas. En cambio, la que terminará siendo su esposa ha sido educada a la manera tradicional, es decir, ha de ser respetuosa, callada, modosa, se le aplican vendas apretadas en los pies para que los tenga lo más pequeños posible y respetará todas las tradiciones que sus antepasados han ido transmitiendo. El choque cultural de ambos cónyuges, y otras circunstancias del mismo tenor que no tienen cabida en este párrafo, son los vientos que soplan de uno y otro punto cardinal.




“A ti puedo hablarte, hermana, como a ninguna de mis verdaderas hermanas de raza.”



domingo, 17 de junio de 2018

John Boyne: Motín en la Bounty (**)


(473 pág.; Salamandra)                     (30; junio de 2018; en Alden Biesen)
Elijo este libro en lugar del otro más conocido porque aquel no le gustó mucho a Marisol. No sabía que este le había gustado menos. Y no le falta razón, pues después de un mal comienzo haciéndose pasar por Dickens o Quevedo explicando, con muy poca gracia, la historia de un niño que ha de valerse por sí mismo desde su más tierna infancia, pasa a relatar una historia como si se dirigiera a adolescentes. Si alguien cree que exagero solo hay que leer las cinco primeras palabras que figuran después de la portada. ¿De verdad solo hubo una vez o se refiere a que solo hubo un caballero? Ya lo he dicho, inicio infantiloide. Pero la historia tiene su interés y por eso no envío al autor a mi isla desierta.
Saltando al protagonista de la historia, que ya ha quedado mal retratado en el párrafo anterior (tanto por mí como por su autor), quiero recordar que la Bounty sale a la mar en busca de semillas del árbol del pan de la isla de Tahití para llevarlas a Australia y con ello abaratar el costo que tiene para Gran Bretaña la alimentación de los encarcelados en Oceanía. Pero debido a inclemencias de tiempo en la travesía y a la buena vida que encuentran en Tahití los miembros de la tripulación, el segundo de a bordo y la mayoría de la dotación del barco deciden amotinarse y dejar en medio del Océano Indico al capitán del mismo y a los veinte hombres que deciden seguirlo. Aquí comienza la historia que es interesante por sí misma y no por la pluma de su autor.




“Había una vez un caballero, un tipo alto con cierto aire de superioridad, que acudía a la plaza del mercado de Portsmouth el primer domingo de cada mes con el propósito de reabastecer su biblioteca.”



domingo, 3 de junio de 2018

F. Scott Fitzgerald: Moriría por ti y otros cuentos perdidos (***)


(499 pág.; Anagrama)                                   (29; mayo de 2018)
Al final resultará que de todos los géneros el que más me gusta es el del relato breve, con lo que yo he disfrutado leyendo verdaderos volúmenes. Este se lo debo a Marisol en el día del libro. Le pregunté porqué lo había escogido y me dijo que porque era de relatos. No sé si pensar si me conoce mejor a mí que yo mismo o me conduce a donde ya debería estar. En cualquier caso, es un libro muy bueno.
De este autor he leído dos de sus mejores novelas y desconocía que él era un gran autor de relatos y que, además, tanto sus lectores como editores le solicitaban que se dedicara exclusivamente a este género literario. He disfrutado mucho leyendo estos cuentos que no se publicaron, tanto los que eran propios de su estilo, es decir, aquellos que hablan de la high society, como los más cercanos al mundanal ruido donde ni la chica es tan guapa ni el chico tiene dinero. Tiene relatos verdaderamente originales y la mayoría, aunque amables, no dejan de reflejar las vivencias que tuvo o lo que sucedía en los inicios del siglo XX.
La edición es remarcable, pues cada historia tiene varias hojas dedicadas a los pormenores de la vida de Scott Fitzgerald en ese momento o de su esposa Zelda; algún texto del propio autor dirigido a su editor para que vendiera el relato o negándose a corregir lo que quería la publicación que lo había comprado; y con comentarios de estudios posteriores en relación al texto. Solo una pequeña crítica: al final hay cincuenta páginas dedicadas a expresiones, personas o situaciones que aparecen en cada uno de los cuentos, pero en ningún lugar hay una llamada de atención a este respecto, por lo que no es hasta el final del libro que te enteras de dichas notas aclaratorias. Una lástima.




“El de arriba no es mi verdadero nombre: el individuo al que pertenece me dio permiso para firmar con él esta historia.”
El pagaré




sábado, 2 de junio de 2018

Ricardo Palma: Tradiciones peruanas (***)


(390 pág.; Aguilar)                             (28; mayo de 2018)
¡Por fin! Hace años que lo puse en los libros para leer y ya he llegado a él. Como tiene más de mil setecientas páginas y son obras completas me permito dividirlo en lo que tiene un libro de promedio: trescientas cincuenta. Así que este libro irá apareciendo mezclado con otros unas cuantas veces, por lo que podré explicar algunas cosas de él que tienen que ver conmigo. Vamos con la primera: durante los casi cinco años que residí en Lima no recuerdo que hubieran libros de mis padres en casa. Tengo mala memoria, pero ya entonces me gustaba mucho leer, por lo que recordaría qué libros habría leído que no me los hubiera comprado yo. Este es el único caso. Es decir, a eso de los once o doce años ya empecé a leerlo.
El autor de esta obra vivió las dos terceras partes finales del siglo XIX y los veinte primeros del pasado y, aparte de ser un escritor que cultivó todo lo que en esa rama del saber crece, fue marino, parlamentario activo, director de la Biblioteca Nacional, miembro de la Real Academia de la Lengua Española y presidente de la peruana desde su fundación.
Lo que he leído hasta ahora, aparte de las introducciones, son las pocas tradiciones anteriores a la llegada de los españoles; muchas de estos en relación a los incas y entre ellos mismos, donde se aprecia lo que era el valor o la falta de miedo y el honor; las dedicadas a la vida civil durante el virreinato (estoy a mediados del XVII); unas cuantas de milagros, santas y santos, divertidas o simpáticas; y muchas más de cualquier cosa con la que Palma pudiera llenar una cuartilla, como por ejemplo cómo llegaron ciertas legumbres a Perú o quién era quién, por quién fue nombrado y un detalle de su rancio abolengo, seguido de la oportuna tradición que, en la mayoría de los casos, nos hará sonreír y nos dará una pequeña lección de historia.




“En cierta tarde de septiembre del año 1535 hallábanse en un huerto situado en el terreno que hoy se llama el Martinete, y que fue el lugar donde Pizarro estableció el primer molino de trigo y la primera panadería, empeñados en una partida de bochas y palitroques cuatro caballeros, flor y nata de los hombres de la conquista.”
La primera campana de Lima