(390 pág.; Aguilar) (28; mayo de 2018)
¡Por fin! Hace años que lo puse en los libros para leer y
ya he llegado a él. Como tiene más de mil setecientas páginas y son obras
completas me permito dividirlo en lo que tiene un libro de promedio:
trescientas cincuenta. Así que este libro irá apareciendo mezclado con otros
unas cuantas veces, por lo que podré explicar algunas cosas de él que tienen
que ver conmigo. Vamos con la primera: durante los casi cinco años que residí
en Lima no recuerdo que hubieran libros de mis padres en casa. Tengo mala memoria,
pero ya entonces me gustaba mucho leer, por lo que recordaría qué libros habría
leído que no me los hubiera comprado yo. Este es el único caso. Es decir, a eso
de los once o doce años ya empecé a leerlo.
El autor de esta obra vivió las dos terceras partes
finales del siglo XIX y los veinte primeros del pasado y, aparte de ser un
escritor que cultivó todo lo que en esa rama del saber crece, fue marino, parlamentario
activo, director de la Biblioteca Nacional, miembro de la Real Academia de la
Lengua Española y presidente de la peruana desde su fundación.
Lo que he
leído hasta ahora, aparte de las introducciones, son las pocas tradiciones
anteriores a la llegada de los españoles; muchas de estos en relación a los
incas y entre ellos mismos, donde se aprecia lo que era el valor o la falta de
miedo y el honor; las dedicadas a la vida civil durante el virreinato (estoy a
mediados del XVII); unas cuantas de milagros, santas y santos, divertidas o
simpáticas; y muchas más de cualquier cosa con la que Palma pudiera llenar una
cuartilla, como por ejemplo cómo llegaron ciertas legumbres a Perú o quién era
quién, por quién fue nombrado y un detalle de su rancio abolengo, seguido de la
oportuna tradición que, en la mayoría de los casos, nos hará sonreír y nos dará
una pequeña lección de historia.
“En cierta tarde de septiembre del año 1535 hallábanse en un
huerto situado en el terreno que hoy se llama el Martinete, y que fue el lugar
donde Pizarro estableció el primer molino de trigo y la primera panadería,
empeñados en una partida de bochas y palitroques cuatro caballeros, flor y nata
de los hombres de la conquista.”
La primera campana de Lima
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