(473 pág.; Salamandra) (30; junio de 2018; en
Alden Biesen)
Elijo este libro en lugar del otro más conocido porque
aquel no le gustó mucho a Marisol. No sabía que este le había gustado menos. Y
no le falta razón, pues después de un mal comienzo haciéndose pasar por Dickens
o Quevedo explicando, con muy poca gracia, la historia de un niño que ha de
valerse por sí mismo desde su más tierna infancia, pasa a relatar una historia
como si se dirigiera a adolescentes. Si alguien cree que exagero solo hay que
leer las cinco primeras palabras que figuran después de la portada. ¿De verdad
solo hubo una vez o se refiere a que solo hubo un caballero? Ya lo he dicho,
inicio infantiloide. Pero la historia tiene su interés y por eso no envío al
autor a mi isla desierta.
Saltando al protagonista de la historia, que ya ha
quedado mal retratado en el párrafo anterior (tanto por mí como por su autor), quiero
recordar que la Bounty sale a la mar en busca de semillas del árbol del pan de
la isla de Tahití para llevarlas a Australia y con ello abaratar el costo que
tiene para Gran Bretaña la alimentación de los encarcelados en Oceanía. Pero
debido a inclemencias de tiempo en la travesía y a la buena vida que encuentran
en Tahití los miembros de la tripulación, el segundo de a bordo y la mayoría de
la dotación del barco deciden amotinarse y dejar en medio del Océano Indico al
capitán del mismo y a los veinte hombres que deciden seguirlo. Aquí comienza la
historia que es interesante por sí misma y no por la pluma de su autor.
“Había una vez un caballero, un tipo alto con cierto aire de
superioridad, que acudía a la plaza del mercado de Portsmouth el primer domingo
de cada mes con el propósito de reabastecer su biblioteca.”
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