domingo, 27 de noviembre de 2011

Juan Ramón Jiménez: Platero y yo (***)


(349 pág.; Aguilar)               (39; julio de 2011)             (Premio Nobel 1956)

Estoy en un momento exigente y por eso es el primer libro, de los últimos veinte, que considero imprescindible y que debería haber leído hace años.

Juan Ramón Jiménez en esta obra consigue la prosa más poética que pueda imaginarse y, lo más difícil todavía, sin llegar a hacerse monótono. En cada capítulo describe una situación, un sentimiento, un quehacer o a una persona, pero siempre de forma bella, enternecedora.

Creo que no hace falta que dedique ni una sola línea a explicar el argumento (¡es un gran clásico!), pero sí se merece que transcriba el primer párrafo:
“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.”



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sábado, 26 de noviembre de 2011

William Golding: El Señor de las Moscas (**/***)


(286 pág.; Alianza)               (38; julio de 2011)         (Premio Nobel 1983)

Un grupo de treinta muchachos adolescentes, entre los que se encuentran algunos púberes, son los supervivientes de un accidente aéreo ocurrido en una isla desierta. No hay ningún adulto que los pueda ayudar y, entre todos, intentar organizarse, cazar, construir lugares para dormir, etc.

Pero no sólo son muchachos, sino que también son humanos, y ya llevan dentro de sí la envidia, el orgullo, la violencia y demás rasgos negativos que nos adornan.

Novela muy bien construida que deja al descubierto nuestras debilidades, sea cual sea nuestra edad. Consigue crear un clima angustioso, con independencia de las escenas violentas. Ahí radica su excelencia.




“El muchacho rubio descendió un último trecho de roca y comenzó a abrirse paso hacia la laguna.”


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domingo, 20 de noviembre de 2011

Yasunari Kawabata: Historias de la palma de la mano (**)


(308 pág.; Emecé)                    (37; julio de 2011)         (Premio Nobel 1968)

Este libro, totalmente nuevo, me lo encontré encima de otros cuatro a los pies de un contenedor para papel. Miré a mi alrededor por saber si quien los había dejado esperaba recogerlos y al no ser así, con mucha alegría, me lo llevé a casa. Sería el segundo libro que leería de este autor y me apetecía.

Se lo he aconsejado a Anna porque le gusta lo que es oriental, pero no se lo aconsejé a Marisol. Son relatos cortos, de hasta tres páginas, que hablan de temas intrascendentes de la vida de las personas. Algunos de ellos con un final desconcertante.

En esta edición aparecen la mitad de este tipo de historias que escribió a lo largo de toda su vida y la mayoría de ellos están escritos cuando él tenía entre veinte y treinta años. Creo que, en general, les falta un punto de interés.




“En el otoño de mis veinticuatro años conocí a una muchacha en una posada a orillas del mar.”   (Lugar soleado)



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sábado, 19 de noviembre de 2011

Hermann Hesse: Siddharta (**)


(175 pág.; Bruguera)                (36; julio de 2011)         (Premio Nobel 1946)

Hará unos treinta años, durante una Semana Santa en Montblanc, leí El lobo estepario. Ahora no recuerdo de qué iba, pero nunca he olvidado que acabé el libro a la fuerza porque, a medida que lo leía, la sensación de no entenderlo era cada vez mayor. Me fue tan desagradable, que hasta hoy no había vuelto a leer nada de Hesse.

Dudé si coger este libro porque tenía la sensación de que podía ser opresivo (teniendo en cuenta, además, el texto de la contraportada), pero se lee de manera fácil y no es cargante. La historia habla de la búsqueda interior del protagonista, pero sin hacer proselitismo de nada en concreto, salvo de que lo mejor para uno mismo es encontrar su propio equilibrio. Creo que no tiene la trascendencia que le otorga la contraportada, posiblemente porque esta edición es de 1979 y en ese momento era un autor en boga.

Salvando todas las distancias, me ha parecido una road movie intelectual, pero ha conseguido que le dé otra oportunidad a su autor.




“Siddharta, el agraciado hijo del brahmán, el joven halcón, creció junto a su amigo Govinda al lado de la sombra de la casa, con el sol de la orilla del río, junto a las barcas, en lo umbrío del bosque de sauces e higueras.”

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domingo, 13 de noviembre de 2011

Dashiell Hammett: Collita roja (**)


(159 pág.; Edicions 62)                      (35; julio de 2011)

Es el primer libro que leo de Hammett, pero me hacía una idea de cómo debían ser sus novelas negras por las películas del género que son debidas a su pluma, ya sea por la novela o por el guión. En cualquier caso, son bien negras, secas, sin profundas descripciones que desvíen la atención de lo que no sea la propia historia.

En esta novela, la acción transcurre en un pueblo en el que los capitostes que lo dirigen se encuentran enfrentados y uno de ellos contrata a un detective privado para que ponga orden, es decir, “limpie” la ciudad. ¡Y vaya si la limpia! Limpia tanto y a tantos que de vez en cuando se pasa lista de los muertos y a mano de quien han conseguido serlo, porque llega un momento que uno ya no sabe quién está vivo y quién no. Algo parecido sucedió en el rodaje de El halcón maltés, pues ni el director ni los guionistas y, por supuesto, menos aún los actores sabían muy bien por qué derroteros iba la historia, e incluso, me parece recordar, hay un muerto que no se sabe quién lo ha matado.

No obstante la anécdota anterior, novela negra muy recomendable.




“La primera vegada que vaig sentir dir Poisonville en lloc de Personville fou en boca d’un pèl-roig groller de nom Hickey Dewey, a Butte, al Big Ship.”

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sábado, 12 de noviembre de 2011

Amélie Nothomb: Diario de Golondrina (*/**)


(105 pág.; Anagrama)                                   (34; julio de 2011)

Compré este libro un día que estaba por el centro y no tenía nada que leer en el viaje de vuelta a casa. Es una escritora que me gustó mucho la primera vez y menos las siguientes, pero como era pequeño pensé que era el idóneo.

El inicio, como siempre, sorprende: un hombre sin intereses en la vida pierde su trabajo, pero resulta que un mafioso descubre su excelente puntería y lo contrata como asesino. En cada “trabajo” se excita y consigue un orgasmo cuando piensa en ello. A partir de aquí la novela comienza a divagar hasta que el protagonista pierde la ilusión que tenía por matar personas.

Otro libro de esta autora que me deja más bien indiferente. Creo que volveré a leer una obra suya cuando esté muy seguro de que tiene algo más que comportamientos o situaciones extravagantes.




“Nos despertamos en medio de la oscuridad, sin saber nada de lo que sabíamos.”


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domingo, 6 de noviembre de 2011

Graham Greene: El doctor Fischer de Ginebra (**)

(157 pág.; Seix Barral)                                  (33; julio de 2011)

Tengo clasificado a este autor como un autor de novelas de espías y sin embargo ninguna de las obras que he leído de él tratan de espionaje.  A ver si leyéndolo más a menudo consigo desclasificarlo.

Esta novela trata de un personaje, del que se desconoce en qué se ha doctorado, poseedor de una gran fortuna y con un sentido del humor de lo más cáustico, hiriente y maleducado. Pero sus conocidos, a pesar de ser ricos, lo aguantan todo con tal de poder asistir a sus celebradas cenas, pues al final de las mismas se les obsequia algún objeto de gran valor. Pero un día su hija se casará con un hombre de cierta edad, semi-pensionista, al que le falta la mano izquierda, y que no baila al son previsto.

Novela entretenida, si no se toma muy en serio que alguien pueda ser tan cruel, aunque por desgracia en la realidad hay seres humanos que dejarían en pañales a este supuesto doctor.




“Creo que detestaba al doctor Fisher más que a ningún hombre de cuantos he conocido, así como amé a su hija más que a mujer alguna.”

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sábado, 5 de noviembre de 2011

Emilia Pardo Bazán: La madre naturaleza (**)


(330 pág.; Alianza Editorial)              (32; julio de 2011 en Budapest)

Como aconsejé a Marisol que leyera Los pazos de Ulloa cuando lo terminó se compró este libro que es la continuación. Y como tal, casi podría haberse seguido la primera historia con esta si no fuera porque el final de Los pazos es más impactante que el de esta novela y perdería fuerza.

Esta obra sigue con el mismo estilo ultra descriptivo: se describen animalillos, gotas de lluvia,  color y estado de la mies cuando es golpeada y centenares de objetos, animales o sensaciones. Si a uno no le gusta tanta descripción puede llegar a ser cansado (para muestra las dos primeras líneas del libro).

Entre la primera parte y esta hay grandes diferencias: en la primera hay más personajes de cierta importancia y las situaciones son mucho más conflictivas e hirientes. Casi puede decirse que en la segunda parte sólo hay un tema, que es el mal de amores que sufre un tío por su sobrina. Y a su alrededor la vida en un pueblo de Galicia hace 150 años.

Aconsejable si gustó mucho la primera, pero teniendo en cuenta que su intensidad es menor.




“Las nubes, caliginosas y de un gris amoratado, como de tinta desleída, fueron juntándose, juntándose, atropellándose más bien, en las alturas del cielo, deliberando si se desharían o no se desharían en chubasco.”

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martes, 1 de noviembre de 2011

Robert A. Heinlein: Puerta al verano (**)


(189 pág.; Martínez Roca)                 (31; junio de 2011 en Budapest)

Un inventor de robots que ayudan en las tareas del hogar decide hibernar y despertar treinta años más tarde, en 2000. Pero los socios de su empresa le hacen una trastada y quiere volver a su tiempo para torcer el curso de los acontecimientos.

A pesar de estar escrita en la década de los cincuenta, lo que ya implica una descripción futurista del tiempo presente del protagonista, describe con una minuciosidad “realista” los inventos que se van produciendo, lo que resulta divertido pues, aunque el lector no sepa de robótica, mecánica o informática, con los conocimientos actuales se puede “entender” de lo que está hablando.

Es entretenida y está contada con una pizca de romanticismo y humor. Quizá las únicas pegas estén en la parte final: un enamoramiento forzado y la siempre difícil (por imposible) resolución de la vuelta al presente después de haber ido al pasado para modificarlo. Pero Heinlein es muy buen escritor de ciencia ficción y se atreve con ello.




“Un invierno, poco antes de la Guerra de Seis Semanas, mi gato –Petronio el Arbitro- y yo vivimos en una vieja granja de Connecticut.”



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