sábado, 2 de diciembre de 2017

Fernando Sánchez Dragó: La prueba del laberinto (*/**)

(157 pág. de 341; Planeta)                              (63; noviembre de 2017)
Tuve que respirar “abdominalmente en ocho tiempos” para no dejar el libro en las cinco primeras páginas; en las cincuenta siguientes, mientras el protagonista mantenía una plúmbea conversación con su hija Kandahar tuve que respirar “abdominalmente en ocho tiempos” varias veces; y en el resto de lo que leí, y que trata de una conversación con un echador de cartas, nos encontramos los tres respirando “abdominalmente en ocho tiempos”. Y me cansé de tanto respirar.
¿Verdad que es repetitivo e innecesario lo que ha aparecido entrecomillado tres veces en el párrafo anterior? Pues en las páginas que leí lo repite ¡trece veces! y en alguna de ellas en más de una ocasión. La conversación con su hija, Kandahar, va de la página 35 a la 70 y su nombre se menciona 63 veces. No la conozco, pero empezaba a odiarla.
Considero a Sánchez Dragó una persona erudita pues alguna vez lo vi en televisión hace muchos años, y he leído algún artículo periodístico de él, pero un libro así no tiene pase. Marisol leyó en su momento diez páginas más que yo. Los premios Planeta y yo estamos reñidos, pues para uno que me ha podido gustar, la mayoría no puedo tacharlos ni de comerciales, aunque si así les va bien el negocio me parece perfecto. Yo, poco a poco, me estoy vacunando contra su lectura.




“La Biblia lleva razón cuando dice que el Maligno se embosca en lo baladí.”


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