(67 + 50 pág.; Lumen) (66;
diciembre de 2017) (Premio Nobel 2010)
Me encuentro en la calle tres libros de Vargas Llosa: uno
sé que lo tengo y de los otros dos, Los jefes y Los cachorros, dudo cuál es el
que tengo. Quiero coger el que no tenemos en casa, pero no recuerdo bien cuál
es. Finalmente me decido por el de la cabecera: es el que teníamos, pero tanto
da, pues así lo tendré también en Huesca.
Comienzo por donde no debo comenzar: los prefacios y las
introducciones. Cincuenta páginas hablando sobre un libro de sesenta y siete.
Me lo destripan, hasta el final, pero están muy bien, pues explican lo que de
otra manera no sabría. Pero deberían advertirlo o ponerlo al final, o yo
recordar que no lo debo leer hasta haber leído el libro en cuestión.
Miraflores, Lima, año 1967, cuando yo llegué.
Adolescentes a punto de convertirse en ser hombres. En párrafos donde, seguido
del nombre de cada uno de ellos, se expresa lo que piensan sobre lo que les va
sucediendo. Al principio cuesta de seguir, pero al final, con un poco de
atención, la lectura es más rápida y unida. Para qué voy a explicar lo que es
la vida de un joven que estudia en un colegio de curas, ya lo hemos leído otras
veces. Aquí, la diferencia, es que al más rico de ellos le sucede un accidente
terrible y ello hace que todo gire a su alrededor, hasta que se hacen adultos,
pues la vida sigue a pesar de todo y él pierde su influencia.
Sesenta y siete páginas y, de un plumazo, nos explican
veinte años de la vida de media docena de jóvenes y de la época que les tocó
vivir. No lamento haber escogido esta novela. Enorme.
“Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos,
entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos aprendiendo a correr
olas, a zambullirnos desde el segundo trampolín del “Terrazas”, y eran traviesos, lampiños, curiosos, muy ágiles,
voraces.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario