sábado, 12 de septiembre de 2020

Julián Ayesta: Helena o el mar del verano (***)

(86 pág.; Acantilado)                          (44; agosto de 2020)

Lo tenía anotado por una de esas recomendaciones a las que voy haciendo caso y me lo regaló Anna en los pasados Reyes y ahora lo he podido leer y ha sido un verdadero disfrute: es enternecedor, habla un pasado ligeramente anterior a cuando yo era niño, por lo que casi es lo mismo que decir que también fue el mío pues, en aquellos años, no había muchos cambios. Su lectura es tan fácil que puede pasar lo que a más de uno se le ocurre cuando ve algunos cuadros de Picasso: yo también podría hacer eso. Sí, pero ya no lo harías antes que él; por no decir, si lo harías tan bien. Pues con este librito de Ayesta sucede lo mismo: nos cuenta lo que, más o menos todos hemos vivido, entonces ¿qué mérito tiene? No llegarán a dos horas de tu tiempo el que lo descubras.

Dos veranos con un invierno en medio le permiten al protagonista de la historia relatarnos cómo se es al comenzar la adolescencia, qué se siente, cómo se divertían (hablamos de hace setenta años atrás) y, al volver a encontrarse en verano, darse cuenta de que las jovencitas a las que asaltaban con guerras de almohadas se quedan perplejas ante ese comportamiento tan salvaje, tan poco maduro hacia unas personas que ya no son niñas; entonces el joven que es más avispado dejará de comportarse como un crío y se irá haciendo adulto a la sombra de las que ya lo son.





“El dulce de guinda brillaba rojísimo entre las avispas amarillas y negras y el viento removía las ramas de los robles y las manchas del sol corrían sobre el musgo, sobre la hierba suave y húmeda y sobre la cara de los invitados y de las Mujeres y de los Hombres, que estaban fumando y riéndose todos a un tiempo.”



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