(leídas 496 de 666 pág.; Moai) (45; septiembre de 2020)
Marisol leyó este libro el año pasado y me lo recomendó.
Como tengo muchos recomendados voy leyendo uno cada mes y ahora lo he hecho…
casi todo, aunque lo hubiera dejado mucho, pero que mucho antes. Ya me dijo
ella que la última parte no hacía falta que la hubiera escrito (yo creo que
hacía falta que no hubiera escrito tanto), y eso es lo que no he leído.
Maurizius es un joven que fue condenado por el asesinato
de su esposa y, sobre todo, debido a lo persuasivo que fue el fiscal que, sin
una prueba concluyente consiguió la condena. Eso pasó poco antes de que el hijo
del fiscal naciera y ahora, dieciocho años después, el padre de Maurizius se ha
presentado ante el fiscal en presencia de su hijo, pero no puedo decir nada. El
hijo del fiscal se ha quedado impresionado por la presencia del viejo y por la
cara de su padre al verle y quiere saber qué se halla detrás de todo ello, así
como, qué sucedió entre sus padres para que su madre desapareciera de su lado y
que nadie nunca la mencione.
Si la historia contara lo que he resumido podría ser una
historia interesante, pero a cada frase relativa a un aspecto del carácter de
cualquier protagonista, hay una digresión sentando cátedra sobre cómo son las
personas que tienen ese rasgo, lo que hace que, más que una novela, sea un
tratado psicológico y, para los que solo queríamos pasar un rato leyendo una
historia interesante resulta que nos encontramos con un sucedáneo de una tesis.
He de añadir que Wassermann tuvo tanto éxito como Thomas Mann, por lo que debo
estar equivocado, aunque no me haya gustado.
“Desde antes de la
aparición del hombre de la gorra de marino era visible que el joven Etzel ya
estaba agitado por presentimientos vagos, acaso a raíz de esa carta timbrada en
Suiza que, al retornar de la escuela, había visto sobre la consola del
vestíbulo.”
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