(343 pág.; Bruguera) (43; agosto de 2020; Premio Nobel 1982)
Cuando aún no me gustaba García Márquez y había dejado a
menos de la mitad Cien años de soledad ya había disfrutado de este
inclasificable libro y, ahora que ya he leído ocho de sus libros, me permito
releerlo y redisfrutarlo de nuevo (según word el verbo anterior no existe pero,
la verdad, es que yo lo he vuelto a disfrutar).
El patriarca, que no es otro que el dictador de toda la
vida, ya es viejo, a pesar de que sigue teniendo la fuerza, el carácter y el
poder de antaño, a pesar de que el pueblo lo denomina “el macho”, a pesar de
que las hembras de su alrededor saben que no se le puede negar nada, lo que
también lo saben sus generales y cualquiera que esté a sus órdenes, y estas
siempre son obedecidas pues, de otro modo, alguien obedecerá una orden
fulminante y acabará con el desobediente, y eso ocurre a todos los niveles, nadie
está libre de que en un mal día el patriarca, el macho, decida acabar con él, y
aunque está viejo y su cuerpo no le responde como antaño, aún es capaz de
enfrentarse a los diplomáticos de la potencia que lo apoya, o de proclamar
leyes que parecen inaplicables, pero por algo él es el patriarca, el macho que
todo lo puede, hasta marcar la hora, aunque desconozca la realidad que lo
envuelve.
Según García Márquez este es el libro que más le costó
escribir y sorprende que pudiera hacerlo, encadenando una frase tras otra sin
solución de continuidad, dejando al lector sin aire que respirar porque no hay
una pausa suficientemente larga como para hacerlo y porque la historia es un continuum
que no se puede interrumpir y que, además no apetece hacerlo, porque uno se
siente atrapado en ella y solo quiere seguir avanzando hasta ver dónde puede
conducir tal sucesión de datos, pensamientos o hechos, lo que hace que la
lectura sea lenta, pero no por ello insatisfactoria y cuando se llega al final,
totalmente agotado, se desearía tener más fuerzas para volver a comenzar y
saborear, ahora que se conoce cómo acaba la historia, todos sus entresijos.
“Durante el fin de semana los
gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a
picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el
tiempo estancado en el interior, y en la madrugada del lunes la ciudad despertó
de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida
grandeza.”
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