sábado, 6 de agosto de 2016

Roberto Cazorla: Que un gallo me cante para morir en colores (*/**)

(136 pág., Betania)                                        (52; julio de 2016)
El año pasado nos vimos con Pedro y Raquel en Lérida y de su cargado maletero sacó unos libros que me traía. Entre ellos había varios de este, desconocido para mí, poeta cubano. He intentado buscar una versión digital de este libro, pero no la he encontrado, por lo que he concluido que a la poesía aún no le ha llegado la digitalización, pues no es con el primero que me pasa, así que lo he leído “a pelo”.
La portada es una escultura, aunque no lo parezca, y así se me quedan los ojos después de leer, sobre todo, la prosa de Cazorla, pues si de los poemas algo he entendido, no ha sido así de sus textos.

No voy a insistir lo impermeable que soy ante este arte, pero sí que me ha quedado claro de este autor que se lamenta de ser un exiliado, de no poder ver, sentir o respirar su Cuba natal y que canta a la muerte. Poco es.




“Quizá me muera de cáncer,
del corazón,
de la enfermedad que Dios
me haya destinado,
pero ninguna será peor
que la de ser un exiliado.”
Destinado


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