sábado, 10 de diciembre de 2016

Anónimo: Las mil y una noches (*/**)

(1.468 pág.; Planeta)                                     (71; diciembre de 2016)
Leo en internet que la versión directa del árabe al español de Juan Vernet es la mejor y libre de las cortapisas y censuras que hubo en la época Luis XIV de la traducción al francés y de este al español por Blasco Ibáñez. Y me lanzo a ella, pues ya hacía tiempo que quería leerlo, aunque, a la vista de la longitud y de que no es una historia sino cientos de cuentos, lo separaré como los pollos: por cuartos.
Quince días me ha costado el primer cuarto: muchas historias similares y una enormemente larga, con historias dentro de historias que afloraban otras tantas. Cambio de tercio y ya volveré a él.    
Vuelvo a él y cuando llevo el 29 % leído decido dejar de leerlo, pues no salgo de príncipes y princesas que se desmayan cuando conocen a su media naranja o que no quieren casarse, hasta que conocen a la persona que hace que se desmayen. Entre cuento y cuento no hay nada de la historia entre Sherezade y su califa y las noches son como un acordeón: las hay de una página y de diez (el tiempo es relativo, ¿no?).
Salto a leer los cuentos que Nenángeles nos contaba cuando éramos niños: Aladino y la lámpara maravillosa (muy bueno), Simbad el marino (sorprendente su primer viaje y repetitivos los otros seis) y Alí Babá y los cuarenta ladrones (muy bueno). Y aquí se acaban tantas noches insulsas.




“Se cuenta –pero Dios es más sabio– que en el transcurso de lo más antiguo del tiempo, y en una edad remota, hubo un rey sasánida que dominaba las islas de la India y de China, que era jefe de ejércitos, de auxiliares y de servidores.”

El rey Sahriyar y su hermano Sah Zamán


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