(139 pág.;
Plaza & Janés) (23;
mayo de 2011)
Con muchas
ganas he leído este pequeño compendio de la poesía de Miguel Hernández, pues era
otro autor del que no había leído nada. Pero, en cambio, conocía algunos de sus
poemas, ya que la portentosa memoria de Marisol me los había recitado.
Y me ha
sabido a poco. En parte a mi insensibilidad hacia la poesía y en parte a que no
están la mayoría de los que recordaba y que tienen más carga sentimental o que
tocan temas sociales.
No obstante,
este es un autor que me hace vibrar y que pienso repetir más adelante.
No comento
nada de su vida y de su muerte. ¿Para qué? De todos son conocidas ambas y de
tamañas injusticias, la humana y la divina, yo no podría decir nada nuevo ni
nada bien dicho que expresara cuánto me repugna la primera y en que poco fío la
justicia de la segunda.
En esta
ocasión, en lugar de las primeras palabras del libro, he preferido el final de
uno de los últimos poemas escritos por Miguel Hernández antes de morir a los
treinta y dos años:
“Soy una abierta ventana que escucha,
por donde va tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.”
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