(451 pág.; Aguilar) (46; julio de 2022)
La imagen que aparece es la parte del león de las casi
quinientas páginas que me quedaban para acabar con el libro de Platón y,
nuevamente, me parece increíble la capacidad de crear todo un corpus
legislativo partiendo de la nada, literalmente: en un territorio vacío asienta
a 5.040 personas exactamente (porque ese
número es divisible por todos los números del 1 al 12 menos el 11), divide el
terreno en doce partes iguales y otras muchas más divisiones y les da a cada
familia dos terrenos, uno mejor y otro no tan bueno, y deja sitio para los
lugares oficiales, etc, etc.
Luego se dedica a indicar cómo elegir a todos los
magistrados, guardianes de las leyes, jueces y demás miembros que se precisa en
una ciudad… y comienza a legislar. Y todo con un detalle como si el mundo no se
fuera a acabar o él tuviera todo el tiempo para hacerlo (no lo tuvo y se quedó
sin revisar toda esta parte). Baja tanto al detalle con el quién, el cómo, el
cuánto y todo esto en relación a todos los casos que pueda darse que el Gran
Hermano no fue invención de Huxley sino de Platón. Si yo tuviera su tiempo (y
sus ganas) contaría la cantidad necesaria de personas que indica que son
precisas y tengo mis dudas de que con las poco más de cinco mil haya
suficientes, teniendo en cuenta que solo los hombres libres se tienen en cuenta
para estos cargos.
Después de Las leyes están los diálogos dudosos,
los apócrifos y las definiciones. Largo camino he recorrido y sé que no he
sacado de él todo lo que hubiera podido, pero no me quedaré con la ganas de haber
leído a Platón… medio siglo después de haber comenzado.
“Ateniense.– Decidme,
extranjeros: ¿es un dios o un hombre aquel a quien vosotros atribuís el origen
de vuestras leyes?”
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