(64 pág.; Acantilado) (45; julio de 2022)
He de indicar que la puntuación entre dos y tres estrellas
es debida al número de páginas y no a la calidad del texto o a la historia, que
se merecen el máximo de tres estrellas; pero dado que este es el autor del que
leo un libro cada diez de otros, he preferido ajustar la nota por abajo, pues
no muy tarde volveré a leer otro de sus inmejorables cuentos.
Este libro lo tenía recomendado desde hace tiempo y también
lo hace Irene Vallejo (El infinito en un junco), así que lo escogí para
el CLC, que cumplía dos años este mes, y parece ser que ha gustado.
El inicio de la historia es la parte que más me gusta del
libro: el narrador entra en un bar en el que supone que no ha entrado nunca
pero algo llama su atención y, entonces, empieza a recordar que cuando era
estudiante había estado allí y que había una persona muy singular, Mendel, al
que le había preguntado por bibliografía para un trabajo que tenía que hacer. En
mis palabras es algo muy banal, y si lo he descrito es porque no desvelo nada
y, en cambio, cualquiera que lo lea apreciará que mi resumen, que sí lo es,
puede alcanzar, en la pluma de Zweig, altos vuelos y muchas páginas, haciendo
que el lector recorra con el narrador los rincones del bar y quiera saber qué
sucedió tantos años antes.
“De vuelta en Viena tras una visita a los barrios de la
periferia, me vi inmerso de improviso en un chaparrón que, con húmedo látigo,
perseguía a la gente obligándola a correr hasta los portales de las casas y
otros refugios.”