(448 pág.; Literatura Random) (64; noviembre de 2020)
No creo que haya tardado ni cinco días en leer este
libro, a pesar de que tiene más de cuatrocientas páginas, pero su lectura me
atrapó y, como disfrutaba leyéndolo, solo lo dejaba cuando el sueño me vencía.
A veces te encuentras con libros muy interesantes de los que nadie habla aquí,
aunque en el New York Times estuvo tres años entre los más leídos.
Savannah tiene fama de ser una de las ciudades más
bonitas de Estados Unidos por su diseño, ya que es, quizá, la ciudad que más plazas
tiene en el mundo y, en boca de un personaje de la novela “eso hace que los
automóviles no circulen a mucha velocidad”, además de las magníficas mansiones
restauradas del centro de la ciudad. Y de Savannah, sobre todo, va la primera
parte de esta novela pero, y esto es tan importante como lo anterior, también habla
de las personas que viven en ella, que son tan singulares, que todavía hacen
más singular a la propia ciudad. Berendt dice que hay muchos personajes reales
en su historia, pero a los que me refiero en la línea anterior, es difícil de
creer que sea así, aunque bienvenidos sean, pues son ellos los que hacen que la
lectura sea de lo más entretenida posible y de ahí resulta el éxito que tuvo y
que fue reflejado en el NYT.
La segunda parte se centra en un juicio y tampoco pierde
su aliciente, pues no es normal todo lo que sucede en él, pero si hay algo
inolvidable en esta historia es la veintena de historias relativas a las
personas que viven o vivieron en Savannah en el periodo en el que transcurre la
narración.
“Era
alto, tendría unos cincuenta años de edad, y era de rasgos apuestos aunque
oscuros, siniestros casi: llevaba un bigote correctamente recortado, el cabello
plateado en las sienes, y tenía unos ojos tan negros que recordaban los
cristales tintados de una reluciente limusina, de modo que el veía lo de fuera,
pero era imposible ver su interior.”
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