(416
pág.; Seix Barral) (13;
mayo de 2020)
Marisol repite obra del autor de Patria y se
troncha leyéndola, tanto es así, que me insta a que deje mi orden de lectura y
la lea a continuación para que le dé mi parecer. Como a mí también me gustó
mucho la ya mencionada, cuando acabo la anterior me dedico a esta.
En un pueblo perdido de no sé dónde, en el convento de
unas monjas, se reúnen docena y media de poetas como cada año, para
reencontrarse y entregar al que presente la mejor composición el laurel que así
lo acredita. A medida que van apareciendo nos enteramos de qué pie cojea cada
uno de ellos, la mayoría de envidia, de querer ser proclamados ganadores de la
justa y, salvo un par, con ganas de tener relaciones sexuales de cualquier
índole.
Lo que no me ha
gustado de esta novela es el exceso de sexualidad y de mal gusto escatológico.
Dicho esto, sus puntos fuertes son la idea de la reunión de poetas que se conocen
entre ellos y que saben qué es lo que cada uno de los demás quiere (y que también
quiere el que lo sabe); el juego de palabras que usa más de una vez (y las que
se me habrán escapado); así como frases de poemas conocidos (ídem, al
paréntesis anterior); y, cómo no, alguna situación realmente divertida.
Cuando
acabé de leerla le di mi opinión a Marisol y le comenté que, a pesar de que no
me parece una mala novela, no me gustó como a ella y le planteé la posibilidad
de que hubiera sido escrita por Mendoza o Lodge: habrían sido más elegantes y
sacado punta a la historia y no, es un decir, parecer que ha querido ajustar cuentas.
“El coche fúnebre entró
en Morilla del Pinar por la única carretera del pueblo.”
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