(272 pág.; Alianza) (45;
junio de 2016)
En agosto del pasado año leí Lo que el día debe a la noche y se la aconsejé a Marisol y, aunque
no le gustó tanto como a mí, se compró este libro y otro más que yo aún no he
leído. Esto se llama retroalimentación.
Un médico árabe trabaja en un hospital de Israel y se
comete un atentado cerca de ese centro por lo que se pasa todo el día en el
quirófano. Cuando vuelve a su casa de madrugada su mujer aún no ha vuelto del
viaje que ha hecho, pero no se alarma porque en más de una ocasión ha vuelto
uno o dos días después y, además, se ha dejado el móvil y no puede contactar
con ella. Se va a dormir y dos horas después es llamado desde el hospital por
un policía amigo suyo que le insta a ir urgentemente a verle.
No explico más porque, además de tratar el tema de los
atentados y el desencuentro entre judíos y palestinos, hay una intriga que vale
la pena que sea el lector quien la descubra en su momento. La novela te
engancha y no te suelta hasta su última página, por lo bien expuestos que están
los temas que toca; por lo aterrador de la vida en Israel, pero también en Palestina,
en el primer caso por los atentados, en el segundo por el trato que se da a su
población. No es una novela para pasar el rato, pero es una gran historia.
“No recuerdo haber oído ninguna
explosión.”
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