sábado, 26 de marzo de 2016

Marcel Proust: A la sombra de las muchachas en flor (II) (*/**)

(leídas 256 de 624 pág.; RBA)                       (18; marzo de 2016)
Hace más de cinco años dije que tenía en cartera la segunda parte de las desventuras de este, ahora ya joven, buscador del tiempo perdido y con ella también yo he perdido un poco del mío: no se hizo la miel para la boca del asno, de acuerdo.
A medida que iba avanzando en la lectura de este tomo me planteaba preguntas como ¿esto es, de verdad, literatura?; no le niego su enorme capacidad intelectual, pero ¿hace falta hacer digresiones de todo lo que se va desarrollando en la historia?; ¿todas las, mal llamadas por mí, acotaciones, que al fin y al cabo son ideas personales del autor, son, filosóficamente hablando, ciertas? (en esta última pregunta se me ha pegado, humildemente hablando, algo de su estilo, pues he puesto seis comas, lejos, muy lejos, de la infinidad de comas y guiones que necesita para desarrollar sus ideas, párrafo tras párrafo, incansablemente, y que el lector, también con el mismo adverbio, irá desentrañando si la paciencia no le abandona, como me ha sucedido a mí cuando llevaba más del cuarenta por ciento).
En resumen, lamento de veras no apreciar en lo que vale, y no lo pongo en duda, esta obra, pero han podido conmigo la salud de un joven que habla con un conocimiento de causa que ya quisiera para mí, con mi edad y para hablar de los hechos de mi vida, pues no podría estar tan seguro como lo está él de cosas que comienza a descubrir, me viene a la cabeza el teatro, por ejemplo; o las reuniones de señoras o de gente importante que salidos de otra pluma, la de Austen o Collins, por citar a dos autores de los que he leído más de un libro, expondrían o criticarían de igual manera, pero el lector apreciaría que la historia avanza, a pesar de los comentarios particulares del autor, y en esta nos alargamos tanto en las disquisiciones que, al final, la historia más que avanzar pega saltos.
No es mi miel.



Como —cuando se habló de invitar por primera vez a cenar al Sr. de Norpois— mi madre se lamentó de que el profesor Cottard estuviese de viaje y ella misma hubiera cesado por completo de frecuentar a Swann, pues uno y otro habrían interesado seguramente al antiguo embajador, mi padre respondió que un comensal eminente, un sabio ilustre, como Cottard, nunca podía quedar mal en …”



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