(137 pág.; Debolsillo) (14; marzo
de 2016)
Marisol me había dicho que Otra vuelta de tuerca le había producido
mucho miedo y yo, a pesar de que a este autor lo tenía arrinconado, le hice
caso y lo desenterré.
Esta madrugada lo he terminado de
leer, y eso que me ha costado un poco a pesar de su corta extensión, y a mí también me ha
producido miedo, otra vez, el autor: no me ha gustado. Se lo comento a Marisol
esta mañana y me dice que se refería a la película y que la vio cuando era
niña, ¡amos anda!
Por
qué no me ha convencido: leída en la época victoriana a la luz de las velas, no
digo que no, pero hoy, con luz y taquígrafos, es otra cosa; demasiado
psicológica, lo que piensa la institutriz, lo que piensa la institutriz de lo
que piensan el ama de llaves y los niños; un error conceptual: ya cerca del
final el niño de diez años, que es un modelo de bondad, respeto, belleza e
inteligencia, cercano todo ello a los ángeles, se dirige a la institutriz, a la
que respeta y ha respetado hasta ese momento, con la expresión “querida”,
repetida varias veces, por lo que yo creo que no es coherente con el personaje;
otra escena poco creíble es la del lago entre la institutriz, el ama de llaves,
al niña y la canoa; y para terminar, a mi me asustan más los vivos, y cuanto
más vivos más me asustan, que los muertos, por muy muertos que estén. Bye, bye,
Henry.
“La historia nos había mantenido alrededor del fuego lo
suficientemente expectantes, pero fuera del innecesario comentario de que era
horripilante, como debía serlo por fuerza todo relato que se narrara en
vísperas de navidad en una casa antigua, no recuerdo que produjera comentario
alguno aparte del que hizo alguien para poner de relieve que era el único caso
que conocía en que la …”
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