(leídas 209 de 232 pág.; Acantilado) (85; diciembre de 2022)
Este libro es el décimo que leo de este maestro; mejor
dicho, el décimo que casi leo, pues a menos de treinta hojas del final, no pude
con tanto análisis psicológico.
De los personajes de Balzac, Zweig nos explica que: “como
él son sus héroes. Todos poseen el afán de conquistar el mundo. Una fuerza
centrípeta los lanza fuera de la provincia, de la patria chica, hacia París”.
De Dickens: “Nunca en el siglo XIX hubo en parte alguna
una relación tan íntima e inquebrantable entre un escritor y su pueblo. Su fama
echó a volar como un cohete, pero no se apagó, permaneció como un sol brillando
inalterable sobre el mundo”.
Pero es a Dostoievski, al que le dedica tres veces más de
páginas que a los otros dos autores, al que le hace el estudio más intenso,
filosófico, espiritual y corporal. Basa sus elucubraciones en el alma rusa, el
carácter de sus compatriotas y, para mi gusto, se alarga y alarga tanto, que
llega a agotar al lector o, por lo menos, a este que escribe.
En cualquier caso, prefiero no haberme quedado con las
ganas de haberlo leído. Habiendo llegado al décimo libro, de nadie he leído
tanto como de él, paso a leer con cierta asiduidad a otro autor y volveré a
Zweig mucho más adelante, como me pasa con tanto buen autor que ya he leído.
“Es difícil y de mucha responsabilidad hablar dignamente de
Fiódor Mijáilovich Dostoievski y de su importancia para nuestro mundo interior,
pues el peso y la envergadura de este hombre único requieren una nueva medida”.
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