(379 pág.; Montesinos) (52; agosto de 2022, en Lekeitio)
En la milenaria biblioteca de Marisol (no en tiempo, pero
sí en volumen) está este libro y, siendo los Marx unos de mis personajes
favoritos del cine, ya tenía ganas de hincarle el diente a este, pues los dos
de su hermano, ya los leí cuando era poco más que adolescente.
Este libro está escrito en colaboración con una persona
que, quiero pensar es escritor, pero que no creo que haya servido de filtro
ante muchas anécdotas intrascendentes e irrelevantes ante las vivencias tan
singulares de Harpo, por lo que con unas cincuenta páginas menos el libro sería
mucho más vivo y el personaje más interesante si cabe.
No obstante, su lectura vale la pena solo por saber que
Harpo dejó la escuela a los ocho años y que sus padres no pusieron ninguna
objeción; que fue autodidacta en todo aquello que se planteó, tal como saber pintar,
actuar, tocar el piano y, sobre todo, el arpa; que fue el primer artista que
actuó en la extinta U.R.S.S. el mismo día que fue reconocida por los E.E.U.U.;
y que tuvo decenas de amistades entre los artistas, políticos y escritores más
reconocidos del pasado siglo, que no es lo habitual para ser una persona que no
había acabado la primaria.
Si todo ello no es suficiente aliciente
para leer el libro tengo un último cartucho en la recámara de los sentimientos:
es el capítulo XXIII en el que habla de cómo educó a sus cuatro hijos
adoptivos, pero más concretamente cómo les explicaron que eran adoptados. Quizá
no fuera un gran escritor, pero tenía un corazón de tamaño anormal para el
común de los seres humanos. ¡Gracias por haber hablado, Harpo!
“No sé si mi vida ha sido un éxito
o un fracaso.”
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