(leídas 94 de 351 pág.;Planeta) (38;agosto de 2020,Monasterio de Piedra)
Eva me regaló este libro en Navidad y, como ya he dicho
recientemente, el retraso ha hecho que llegara a las vacaciones de verano (en
este caso mejor hubiera sido que no hubiera llegado el regalo).
La alegría de este hombre está en construir retruécanos
mentales que solo le pueden importar a él; no tiene ni tienen ninguna gracia; todos sus recuerdos terminan siendo belleza y/o alegría (pues como los míos);
una pequeña muestra sería la parrafada inicial que figura al pie de la imagen del
libro y otra que recuerdo yo, más o menos de donde dejé de leerlo: hizo un
viaje a EE.UU. con su hijo y comieron lasaña y a Vilas le asaltan unas lágrimas
de emoción cuando ve la bandeja en la basura porque su hijo fue feliz comiendo
dicho plato. Pues muy bien: parafraseando a Petronio “coma lasaña, pero no
escriba libros”.
Mientras leía ese centenar de páginas me di cuenta de lo
mucho que echaba de menos a Trapiello, que me explicaba sus vivencias, al igual
que Vilas, y, en cambio, cuánto había disfrutado leyéndolas. Un par de días
después nos vimos con Eva y le expliqué mi parecer: resulta que ella también se
lo había comprado y lo dejó, más o menos, por donde yo desistí de seguir
informándome de tonterías personales que no conducen a nada y, aunque podían
ser bellas, no me daban ninguna alegría. Ay, premio Planeta: cuántas alegrías
das a los autores y qué pocas a los lectores.
“Todo aquello que amamos y
perdimos, que amamos muchísimo, que amamos sin saber que un día nos sería
hurtado, todo aquello que, tras su pérdida, no pudo destruirnos, y bien que
insistió con fuerzas sobrenaturales y buscó nuestra ruina con crueldad y
empeño, acaba, tarde o temprano, convertido en alegría.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario