(491 pág.; Punto de Lectura) (37; agosto de 2020, Monasterio de Piedra)
Hace unos años leí que esta autora, porque resulta que es
una mujer, era de las mejores escritoras francesas de intriga, pero Marisol,
que ya había leído unos libros de ella, me dijo que no le gustaba, por lo que
se quedó pendiente. La estantería en la que se encuentran sus novelas se está
quedando con pocos autores nuevos, así que en esta ocasión he decidido leer uno
de sus libros.
Adamsberg, el inspector de esta autora, tiene previsto
viajar a Canadá con un grupo de sus subalternos a fin de conocer técnicas de
identificación, pero mientras llega el día del viaje, le asaltan todos los
antiguos pensamientos sobre la implicación de su hermano en un asesinato. El
sigue pensando que fue un juez, pero no lo pudo demostrar antes de que este
muriera. Sorprendentemente, un asesinato de las mismas características ha
vuelto a producirse y, contra toda lógica, Adamsberg irá diciendo que ha sido ese
mismo juez el autor.
La historia es enrevesada, el personal a su cargo tiene
unas capacidades detectivescas extraordinarias y, en el colmo de la efectividad,
aparece una hacker septuagenaria que se puede infiltrar donde quiera, lo que,
personalmente, creo que reduce la calidad de la intriga; no obstante, no deja
de ser una entretenida novela.
“Apoyado en el negro muro del
sótano, Jean-Baptiste Adamsberg contemplaba la enorme caldera que, la
antevíspera, había abandonado cualquier forma de actividad.”
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