(453
pág.; Pre-Textos) (53;
octubre de 2019)
Hace más de un año que regalé este
libro a Marisol y como ella no lo ha leído lo he estrenado yo. No conocía de
nada al autor y la contraportada habla de un “salón de pasos perdidos” que me
dejó como los pasos; no obstante, la portada me gustaba, pues no en vano también
coleccioné capicúas.
Al principio de la lectura no
entendía muy bien por dónde iba la historia, pero alguna decena de páginas más
allá comprendí que era una especie de diario que escribió en 2006 y que publicó
en 2016, cuando sus comentarios sobre las personas a las que distingue con sus
iniciales ya no les pudiera perjudicar, a pesar de que tampoco es que sean
maledicentes. Este es su vigésimo libro de este estilo, pues tiene otros que
nada tienen que ver con sus diarios. Sorprendente.
Porque
considero que no es un libro para tres estrellas quiero explicar el porqué de
mi opinión: ni cuando era niño o adolescente me influyó un personaje de ficción
como para hacerme creer que podría volar o hacer cosas casi sobrehumanas, es
decir, tenía bien claras mis limitaciones y no soñaba con esa posibilidad. No
obstante, siempre he sentido una cierta debilidad por las biografías pues como,
normalmente, son de gente interesante y han conocido, a su vez, a más gente
interesante, eso sí me habría gustado poder hacer a mí. Es decir, estar en
reuniones en las que personas con ideas las plantean a otras que también las
tienen. Eso es mejor que volar, pero como toco de pies a tierra, me pregunto
¿qué mérito tengo yo para estar con gente de tanto mérito? La lectura de este
libro me acerca a ese tipo de personas con las que me gustaría haber estado.
““El que no sienta ansias de llegar a más, llegará a no ser
nada”, decía Unamuno, y yo me lo repito sentado bajo una encina, pensando en
estos libros.”
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