sábado, 11 de mayo de 2019

Thomas Bernhard: El sobrino de Wittgenstein (**/***)


(144 pág.; Anagrama)                                   (19; abril de 2019)
Ve a saber dónde leí que este libro era interesante, pero lo apunté y apareció en la lista de diez que le di a Anna para que eligiera uno que me regalaría para Navidad. No conocía al autor ni al sobrino del filósofo del que no he leído una línea ni sé qué proponía. Pero resulta que el sobrino era tan buen filósofo como el tío aunque no escribió nada y el autor es de los más reconocidos autores alemanes posteriores a la Segunda Guerra Mundial. A pesar de ello, lo aconsejo a aquellos lectores que puedan aguantar ciento cincuenta páginas sin diálogos y, casi, sin puntos y aparte.
Bernhard comienza describiendo su estancia en el hospital debido a la enfermedad que tuvo que soportar toda su vida. No tenía muchas posibilidades de sobrevivir pero lo hizo y dejó constancia de ello y se explayó de todo lo que le molestó del hospital. En la sección de psiquiatría estaba ingresado el sobrino del filósofo y, como eran amigos, el escritor deseaba recuperarse para poder visitarlo. En ello se pasa sus buenas hojas y lo deja para explicar, por ejemplo, cuando viajaron durante todo un día para encontrar un diario y, como no lo consiguieron, se lamentaron amargamente dejando a la sociedad por los suelos.
Todo el libro es así: saca a relucir lo mejor y lo peor de él mismo, de su amigo y otras personas, de los establecimientos que visita (cafés, tiendas, hoteles) e incluso de las ciudades en las que vive. Habla de la amistad y reconoce que el ser humano no desea tener a su alrededor ni la enfermedad ni la muerte y lo dice en primera persona y refiriéndose a la persona de su amigo. No es una lectura fácil ni agradable, pero inteligente y muy sincera. No me arrepiento de haberlo leído.




“En mil novecientos sesenta y siete, en la Baumgartnerhöhe, una de las religiosas que trabajaban allí, incansablemente, en el pabellón Hermann, me dejó sobre la cama Trastorno, que acababa de aparecer y que había escrito yo un año antes en Bruselas, en la rue de la Croix 60, pero no tuve fuerzas para coger el libro porque sólo hacía unos minutos que me había despertado de la…”



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