(144
pág.; Anagrama) (19;
abril de 2019)
Ve a saber dónde leí que este libro
era interesante, pero lo apunté y apareció en la lista de diez que le di a Anna
para que eligiera uno que me regalaría para Navidad. No conocía al autor ni al
sobrino del filósofo del que no he leído una línea ni sé qué proponía. Pero
resulta que el sobrino era tan buen filósofo como el tío aunque no escribió
nada y el autor es de los más reconocidos autores alemanes posteriores a la
Segunda Guerra Mundial. A pesar de ello, lo aconsejo a aquellos lectores que
puedan aguantar ciento cincuenta páginas sin diálogos y, casi, sin puntos y
aparte.
Bernhard comienza describiendo su
estancia en el hospital debido a la enfermedad que tuvo que soportar toda su
vida. No tenía muchas posibilidades de sobrevivir pero lo hizo y dejó
constancia de ello y se explayó de todo lo que le molestó del hospital. En la
sección de psiquiatría estaba ingresado el sobrino del filósofo y, como eran
amigos, el escritor deseaba recuperarse para poder visitarlo. En ello se pasa
sus buenas hojas y lo deja para explicar, por ejemplo, cuando viajaron durante
todo un día para encontrar un diario y, como no lo consiguieron, se lamentaron
amargamente dejando a la sociedad por los suelos.
Todo el libro es así: saca a relucir
lo mejor y lo peor de él mismo, de su amigo y otras personas, de los
establecimientos que visita (cafés, tiendas, hoteles) e incluso de las ciudades
en las que vive. Habla de la amistad y reconoce que el ser humano no desea
tener a su alrededor ni la enfermedad ni la muerte y lo dice en primera persona
y refiriéndose a la persona de su amigo. No es una lectura fácil ni agradable,
pero inteligente y muy sincera. No me arrepiento de haberlo leído.
“En mil novecientos sesenta y siete, en la Baumgartnerhöhe,
una de las religiosas que trabajaban allí, incansablemente, en el pabellón
Hermann, me dejó sobre la cama Trastorno, que acababa de aparecer y que había
escrito yo un año antes en Bruselas, en la rue de la Croix 60, pero no tuve
fuerzas para coger el libro porque sólo hacía unos minutos que me había
despertado de la…”
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