(282
pág.; Alfaguara) (18;
abril de 2019)
El amigo invisible de esta Navidad
me regaló este libro: señal que conocía mis gustos o es de los míos, pero en
cualquier caso una muy buena elección. Hace medio año escaso que leí el que la
ha hecho famosa cuando ya no puede enterarse de ello: una lástima, pues la dura
vida que llevó merecía que se le hubiera reconocido su habilidad en construir
relatos en los que se describe una situación o unos hechos sin antecedentes y
que, mayoritariamente, acabarán sin un final determinado, definido o
concluyente.
Mientras los iba leyendo quería
imaginarme en qué década del pasado siglo se desarrollaba la historia y la
sensación que me producía era que pertenecía a los años veinte o treinta,
siendo, en realidad, de los setenta, ochenta o noventa. Esa intemporalidad,
cuando menos para mí, me hace pensar que son como retazos de historias que suceden
mientras el tiempo se ha detenido: la acción transcurre, pero es como si pasara
en un instante y, para el lector, tampoco avanza el tiempo, cosa que es
totalmente falsa y se entera al día siguiente por el sueño que arrastra hasta
que acaba con esa noche en el paraíso.
Berlin, una de las grandes en el mundo de las historias pequeñas.
“De niña
intentaba apresar el momento exacto en que pasaba de la vigilia al sueño.”
Perdida en el Louvre
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