(352
pág.; RBA) (17; abril de 2019; leído en Aigues
Mortes)
No hace ni quince días que lo he
leído y la trama ya está en mi nube, es decir, en la nebulosa de mi consciente.
Este es un nuevo autor de los que tenemos en las estanterías y que me obligo a
leerlos para no caer siempre en los clásicos o repetir aquellos que más me han
gustado. Toda historia que quiera ser recordada ha de ser singular,
sorprendente o muy bien contada para que trascienda a las que hemos leído o
vamos a leer, sin que ello quiera decir que no puedan ser aconsejadas, como es
el caso, pero sin mayor enjundia, aunque no toda la culpa tiene que ser del
autor, pues mi memoria tampoco es para alardear de ella. Interesante nomenclatura la de los nombres y apellidos.
El cuerpo de un hombre joven aparece
degollado en su casa, rodeado de sangre y cargado de una sustancia para inhibir
la capacidad. No ha habido ningún robo y lo único extraño es la prenda de
vestir que lleva, pues no parece de su talla, y un chal, lo que lleva a la
policía a la conclusión de que hubo una mujer con él.
“Se puso vaqueros negros, camisa
blanca y chaqueta cómoda, se calzó los zapatos de fiesta que tenía desde hacía
tres años y pensó en los locales del centro que una de ellas había mencionado.”
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