(534 pág.; Real Academia) (5; febrero de 2019)
Quizá el motivo de tanto libro dejado a medias era la
ansiedad por llegar a este y leerlo de nuevo. Ahora hace diez años que lo leí
por primera vez y me gustó tanto (aunque más la segunda parte) que me he
propuesto releer un libro cada año de los que más me gustaron, así que la
segunda parte será el año que viene. ¿Cuántos dejaré a medias por él?
Aunque ya lo indiqué en mi comentario al segundo libro en
2010, no quiero dejar de insistir que los personajes de Quijote y Sancho son
tan buenos y sus diálogos tan divertidos que vale la pena leer las novelas
cortas que Cervantes no había publicado e insertó en este libro, pues, al fin y
al cabo, no dejan de ser situaciones singulares que se resuelven de manera
sorprendente o en última instancia.
Y, como excepción, pues el libro y el autor lo merecen,
aquí va un párrafo del prólogo que escribió Cervantes y que tampoco tiene
desperdicio:
“Desocupado lector: sin
juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del
entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera
imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza, que en
ella cada cosa engendra su semejante. Y, así, ¿qué podía engendrar el estéril y
mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado,
antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno,
bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su
asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?”
Si mis vanas palabras te han ayudado a leer el Quijote te
agradecería que me lo hicieras saber. Abajo, la portada del facsímil de la primera edición que me regaló Marisol.
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