domingo, 10 de marzo de 2019

Juan Gómez-Jurado: Cicatriz (**)


(574 pág.; Penguin Random)                         (8; febrero de 2019)
Conozco a este autor de oídas: cuando voy a correr escucho el podcast Todopoderosos en el que él participa muy activamente, pues sus conocimientos son sorprendentes y, para mí, inabarcables. Sean del tema que sean. Este programa sobre cine me lo aconsejó Lorenzo hace un par de años y ya he escuchado todos los emitidos. La única pega que le encuentro a este señor es que necesita hacer saber que posee esos conocimientos y, en muchas ocasiones, suena repipi. Nobody is perfect.
Lorenzo me regaló este libro y, a pesar de que a Marisol no le gustó otro de este autor, yo lo leo y compruebo cómo escribe y cómo son las historias del autor español más vendido. Este, en concreto, yo lo recomendaría, aunque advertiría que los personajes pueden sernos conocidos de otras lecturas. Y, también, explicaría que Gómez-Jurado no puede dejar de ser fiel a sí mismo y deja caer alguna que otra píldora en boca de su protagonista que, personalmente, creo que no le encaja.
El protagonista y su socio tienen una empresa de programación que están a punto de perfeccionar un algoritmo para el reconocimiento de imágenes, pero precisan una inyección de capital para poder seguir adelante. El informático no tiene relaciones sentimentales, solo vive para el programa, pero un buen día decide darse de alta en una web de relaciones y traba conocimiento con una ucraniana que le pregunta dónde vive. Eso le desconcierta y consigue encontrarse con ella en el Caribe. A partir de ese momento, el programa y la consecución del capital pasarán a un segundo término.
La historia de la ucraniana está contada a base de analepsis y rompen el ritmo de la historia del programador, que es bastante más tranquila que la de ella. Y es este personaje el que nos trae recuerdos de otras mujeres de sus características, que no revelo porque no fue intención del autor hacerlo en las primeras páginas. Si lo lees pasarás unas horas entretenidas, que tampoco viene mal.





“La niña no sintió dolor cuando el clavo le rasgó la cara, debajo del ojo izquierdo.”



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