(317
pág.; Tusquets) (12;
marzo de 2019)
Las primeras páginas del libro no
prometían nada bueno, pues aparte de la facilidad con la que el futuro confidente
logra serlo, la razón que se ofrece es ridícula: “sabía mentir”. Esto se dice
de un niño al que le puede caer una tunda si dice la verdad del porqué ha
perdido la piara (yo he conocido a muchos que hubieran podido ser grandes confidentes;
hasta yo mismo, vamos).
En pocas páginas ya es confidente de
las más altas instancias y aparecen personajes por doquier y muchas situaciones
en las que él tiene que ver. Si no te aclaras, ese es el momento de dejarlo. Yo
seguí porque pensé que en algún momento se centraría y explicaría algo
interesante (aparece Marlowe), pero no lo hace y la historia de este sujeto, que
llegó a ser confidente en la época de Isabel I, se hace larga y tediosa. Lo
mejor, el último capítulo que es corto y cuenta la historia sin dramatizarla.
“Supongamos que hemos escapado del inmisericorde y bello
tiempo de una tarde de julio, cuando la ciudad entera se lanza, frenética, a
las cervecerías al aire libre y a los baños, y nos hemos resguardado en un cine
casi desierto.”