sábado, 10 de febrero de 2018

Vladímir Korolenko: Sin lengua (***)

(191 pág.; Barataria)                         (7; enero de 2018)
Con sorpresa para mí, porque no me lo esperaba, Boris y Cristina me regalan en Navidad este libro. Del autor me había hablado Boris la Navidad anterior, pero no lo recordaba, y fue otra sorpresa muy interesante, pues de otra forma seguramente nunca habría ni sabido de él ni leído. Es todo un hallazgo. Korolenko fue un periodista del siglo XIX y fue a Boston por la exposición universal que se allí se celebró y en este libro refleja la vida que llevaban sus paisanos en la tierra de la libertad. Mientras lo vas leyendo crees que su estilo es como el de Picasso en la pintura: cualquier niño podría hacerlo igual de bien, pero tú sabes que eso no es así de fácil o que hacer ver que es fácil cuesta mucho. A medida que avanza la historia se crea una mayor curiosidad en saber qué sucederá.
Dos amigos de un pueblo ruso, a finales del XIX, deciden irse a Estados Unidos porque allí tienen un familiar que les ha escrito diciendo que se vive mejor que en Rusia de las cosechas. Consiguen el dinero para embarcar y comienzan a apreciarse las maneras de enfrentarse a las dificultades de cada uno de ellos: mientras que uno aprende algo de inglés y se viste al estilo occidental el otro se encierra en sí mismo y viste como lo hacía en su pueblo, lo que resulta estrafalario para los que no lo conocen. Llegando a Nueva York las diferencias son todavía mayores y el que no se adapta solo piensa en regresar a su tierra, mientras que el otro ya ha hecho amigos.
La historia describe una situación que yo traslado al siglo actual: si a cualquiera de nosotros nos dejaran en China, por ejemplo, no tendríamos problema para hacernos entender: un poco de inglés, nuestro teléfono inteligente, un ordenador, etc. Don’t worry. Pero ¡ay! si nos dejaran en medio de la selva amazónica y delante tuviéramos a un indio con una cerbatana en la derecha y una cabeza reducida colgando del cuello. ¿De qué nos valdríamos entonces para volver a nuestra denostada civilización? Creo que es lo mismo que pudo sentir el labrador que vivía en un pueblo ruso y se perdió en Nueva York hará unos ciento veinte años.




“Hay en mi tierra, en la provincia de Volinia, por la parte donde las estribaciones de los Cárpatos se funden paulatinamente con las pantanosas llanuras de Polesie, una ciudad a la que daré el nombre de Jlebno.”


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