(269 pág.; El País) (72; diciembre de
2017; en Madrid)
Tendría que haberla leído cuando era adolescente y,
seguramente, la habría disfrutado más. O tendría que haber leído su Mr. Hyde, pero esta no la tengo. Cada
historia tiene su momento, a menos que su fuerza pueda transcender el tiempo y
la edad del lector. En este caso el problema es el lector.
Un joven adolescente, hijo de unos cantineros, se
relaciona con un marino retirado, malhablado y mal pagador que se esconde en
esa pensión. Un día recibe una visita que, a pesar de esperada, lo
intranquiliza de tal manera que le confiesa un secreto al muchacho. A raíz de
la visita y del secreto conocido comenzará una aventura de la que este que
saldrá rico o difunto.
“El squire
Trelawney, el doctor Livesey y algunos otros caballeros me han indicado que
ponga por escrito todo lo referente a la Isla del Tesoro, sin omitir detalle,
aunque sin mencionar la posición de la isla, ya que todavía en ella quedan
riquezas enterradas; y por ello tomo mi pluma en este año de gracia de 17… y mi
memoria se remonta al tiempo en que mi padre era dueño de la hostería...”
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