(210 pág.; Alfabia) (3; enero de 2018)
Marisol se compró esta novela al poco de salir a la venta
y me apetecía leerla, pero me dijo que no le había gustado. Como ya no quedan
muchos autores por leer en esa balda al final me decido a leerla, pues me
seguía tentando. Le comenté que la estaba leyendo y entonces me aclaró que le
había puesto nerviosa su lectura, no tanto que no le hubiera gustado. Y no es
para menos.
Un padre divorciado que tiene un hijo y una hija convence
al primero de que se vaya con él a una isla desierta durante un año para tener
una relación más cercana. A pesar de que ni el hijo ni su madre querían, al
final ceden. La idea es llevarse algo de comida y pescar o cazar en la isla. La
casita es pequeña y la relación más que cercana es opresiva. Nada sale como el
padre había supuesto. No obstante, el lector no puede sorprenderse del mal
resultado, pues a medida que va leyendo se va enterando de las peregrinas ideas
del padre. En resumen, ni para pasar un fin de semana con él.
“Tu madre y yo teníamos
un Morris Mini.”
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