(206 pág.; El País) (40;
junio de 2016)
¿Por qué un prefacio que se escribe
para ilustrarme sobre el autor, sus circunstancias, su forma de escribir, el estilo
plasmado en la novela y demás cuestiones que puedo desconocer, tiene que
destriparme lo que sucede en la trama de la novela, llegando al extremo de
decir quién se muere, cuándo lo hace y cómo termina la historia? Señores
editores: si me van a ilustrar y no contar la trama de la novela, bien; en otro
caso, hagan el favor de ponerlo al final de la historia, que será mucho más
instructivo y menos molesto (por si alguien lo leyere y tuviere ocasión de enmendallo).
Ahora vamos a lo importante: la
historia que relata Blasco en menos de doscientas páginas y con palabras
sencillas y llanas, quiero decir sin grandes alharacas, es brutal. Nos explica
que la tierra en la huerta valenciana tiene un dueño que este alquila a quien
la quiere trabajar y, con ello, puede extorsionar con un alquiler abusivo;
pero, a su vez, los propios arrendatarios de las tierras tienen amigos o
enemigos entre ellos, con lo que hay que defenderse de los de arriba y de los
que tienes al lado que, en ocasiones, pueden ser más peligrosos que los
terratenientes. Una fotografía de la época que le tocó vivir a Blasco espeluznante
y esclarecedora (menos mal que todo esto es cosa del pasado y ahora todos
tenemos lo imprescindible para una vida digna… ¿o quizá me equivoco y no es así
para todos?).
Blasco fue un novelista que pudo
vivir de sus libros, pero desde muy joven se afilió al partido republicano y
llegó a ser diputado en siete ocasiones. Sus ideas contra la pobreza, la falta
de medios para la educación y la opresión de los que menos tienen le llevaron
varias veces a la cárcel y al exilio.
“Desperezóse la inmensa vega bajo
el resplandor azulado del amanecer, ancha faja de luz que asomaba por la parte
del Mediterráneo.”
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