(60 pág.; Createspace) (22;
abril de 2016)
Seis años después de haber leído la inmejorable Regenta leo otra obra del mismo autor.
En este caso una obra menor en tamaño y calidad, lo primero porque no llega a
la décima parte y lo segundo porque no tiene la profundidad ni el interés de la
primera.
Doña Berta es una anciana que tuvo un hijo sin tener
marido y sus hermanos lo dieron en adopción y a ella la enclaustraron en la
casa familiar que tienen en un pueblecito de Asturias. Sus tres hermanos ya han
muerto y ella conoce a un pintor que le habla de un capitán, al que retrató y conoció
poco antes de que este muriera. A ella le parece que pudiera haber sido su hijo
y decide ir a ver el cuadro original a Madrid. Toda una aventura para una mujer
octogenaria y sorda.
A pesar de que la obra no deja de ser un relato, es
interesante por la cantidad de vocabulario que no es habitual y por una forma
narrativa que quizá sea anticuada aunque a mí me gusta, pero creo que entre la
primera parte, que se desarrolla en Asturias y es más extensa, y la segunda de
Madrid hay una diferencia notable en la descripción de los hechos y como si no se
supiera de qué hablar o hubiera prisa en acabar la historia.
“Hay un lugar en el Norte de España adonde no llegaron nunca
ni los romanos ni los moros; y si doña Berta de Rondaliego, propietaria de este
escondite verde y silencioso, supiera algo más de historia, juraría que jamás
Agripa, ni Augusto, ni Muza, ni Tarick habían puesto la osada planta sobre el
suelo, mullido siempre con tupida hierba fresca, jugosa, obscura, aterciopelada
y reluciente, de aquel …”
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