(296 pág.; eBook) (68; noviembre de 2013) (Premio Nobel 2013)
Leyendo este libro me venían a la
cabeza los cuentos de Chéjov (¡cómo no! si es llamada la “Chéjov” canadiense),
Elfried Jelinek y Herta Müller. Con ello no pretendo decir que tengan el mismo
estilo, pues no entiendo lo suficiente como para afirmarlo, pero el poso que dejan
las historias de la última ganadora del Premio Nobel es el mismo que me dejaron
los libros que leí de los tres escritores mencionados y también ganadoras las
dos del mismo premio.
Las mujeres de las historias de
estas lunas explican sus vivencias de una forma lisa, sin altibajos ni
sobresaltos, avanzando en su cronología como los que vivimos en estos momentos
nuestras vidas podríamos explicarlas de aquí a veinte o cuarenta años: no
existe la intensidad del momento en que se vivió, ni el ansia ni la desazón,
pero sí que queda el resultado de la relación con lo sucedido o con las
personas de las que podríamos hablar. Curiosamente, los finales de estas
historias son abruptas y chejovianas: bien, lo que se dice bien, no acaba
ninguna; aunque no pueda decirse que sean dramáticos o traumáticos.
Quizá porque serían los mismos
finales que podríamos explicar de las situaciones en las que nos hemos visto en
nuestra vida es lo que hace a estas historias desapacibles; reales, demasiado
reales. Y eso se debe a la habilidad de la autora al escribirlas.
“La prima Iris de Filadelfia era
enfermera, la prima Isabel de Des Moines tenía una floristería, la prima Flora
de Winnipeg era profesora, la prima Winifred de Edmonton, contable.”
Los
Chaddeley y los Fleming
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