(218 pág.; Anagrama) (55;
septiembre de 2013)
Un pintor de cierto renombre, tanto
a nivel artístico como político, ya jubilado, va desgranando momentos del
pasado traídos a la memoria por circunstancias del presente. Así nos hablará de
cuando vivió en casa del maestro que le enseñó, de otro con el que adquirió
fama, de cuando él, a su vez, enseñó y tuvo alumnos que seguían su corriente
estética. Desde sus principios como pintor el estilo y el interés ha cambiado:
antes se dedicaban a reflejar la vida del “mundo flotante”, es decir, el de los
barrios de diversión, las geishas, pero él mismo dejó de seguir esa corriente.
Como también lo hizo la fisonomía de
la ciudad: poco a poco fue desapareciendo lo que él había conocido cuando era
joven y ya no queda nada de ese mundo. La novela también habla de su familia y
de la situación en Japón después de perder la Segunda Guerra Mundial. El
desánimo fue tan generalizado que hubo personas que se inmolaron, no tanto por
haber tenido incidencia en el resultado de la guerra, sino por el solo hecho de
haber creído que era bueno para su país y haberlo apoyado.
Otra vez Ishiguro (Los restos del día) nos ofrece una
visión de un mundo que ha cambiado, no mejor ni peor, pero sí diferente en el
que el protagonista se plantea y al que se le replantean situaciones en las que
sus decisiones pudieron ser acertadas o no y él, ahora que ya no puede hacer
nada, ha de asumirlas. De lectura un tanto interesante por conocer ese momento
en Japón, pero lejos de la otra novela mencionada.
“Si un día de sol toman ustedes el
sendero que sube del puentecillo de madera, aún llamado por estos alrededores
«el Puente de las Vacilaciones», no tendrán que andar mucho hasta ver, entre
las copas de dos árboles ginkgo, el tejado de mi casa.”
eBook: perfecto.
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