domingo, 22 de septiembre de 2013

Kazuo Ishiguro: Un artista del mundo flotante (**)

(218 pág.; Anagrama)                                               (55; septiembre de 2013)
Un pintor de cierto renombre, tanto a nivel artístico como político, ya jubilado, va desgranando momentos del pasado traídos a la memoria por circunstancias del presente. Así nos hablará de cuando vivió en casa del maestro que le enseñó, de otro con el que adquirió fama, de cuando él, a su vez, enseñó y tuvo alumnos que seguían su corriente estética. Desde sus principios como pintor el estilo y el interés ha cambiado: antes se dedicaban a reflejar la vida del “mundo flotante”, es decir, el de los barrios de diversión, las geishas, pero él mismo dejó de seguir esa corriente.
Como también lo hizo la fisonomía de la ciudad: poco a poco fue desapareciendo lo que él había conocido cuando era joven y ya no queda nada de ese mundo. La novela también habla de su familia y de la situación en Japón después de perder la Segunda Guerra Mundial. El desánimo fue tan generalizado que hubo personas que se inmolaron, no tanto por haber tenido incidencia en el resultado de la guerra, sino por el solo hecho de haber creído que era bueno para su país y haberlo apoyado.
Otra vez Ishiguro (Los restos del día) nos ofrece una visión de un mundo que ha cambiado, no mejor ni peor, pero sí diferente en el que el protagonista se plantea y al que se le replantean situaciones en las que sus decisiones pudieron ser acertadas o no y él, ahora que ya no puede hacer nada, ha de asumirlas. De lectura un tanto interesante por conocer ese momento en Japón, pero lejos de la otra novela mencionada.


Si un día de sol toman ustedes el sendero que sube del puentecillo de madera, aún llamado por estos alrededores «el Puente de las Vacilaciones», no tendrán que andar mucho hasta ver, entre las copas de dos árboles ginkgo, el tejado de mi casa.”
eBook: perfecto.


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