(822 pág.; Círculo de Lectores) (57; septiembre de 2013)
El conocimiento de la película y el haberla visto hacía poco (a pesar de
que no me pareció buena) hizo que tuviera más ganas de leer el libro por ver si
era tan insulso como lo que se ve en pantalla. Y no es que sea así, aunque
durante buena parte de las ochocientas páginas puedas estar pensando eso mismo.
Me explico: un joven es expulsado de
la carrera de arquitectura y le parece natural, pues no aprende nada que le
interese; a pesar de ello decide ser arquitecto y, aunque no se gana la vida,
malvive hasta que consigue su primer encargo. Es un diseño tan particular, tan
poco visto, tan fuera de los cánones establecidos, que los dos conocidos que
tiene le dicen que lo deje y los desconocidos lo vilipendian. Pero el no ceja y
persigue su ideal. Y, al margen de alguna otra historia que va explicando la
novela, nos pasamos cuatrocientas páginas con un protagonista parco en
palabras, y por eso podría ser calificada de insulsa esta historia.
Pero es que hay más: la autora
sostiene, y este es su libro bandera, que el individualismo es lo que debe
promoverse y que la sociedad como grupo no es mejor que como individuos separados
cada uno de ellos luchando por sus ideas. El personaje principal es el alter
ego de la autora que, a pesar de ser rusa, se hizo a sí misma al más típico
estilo norteamericano, adquiriendo dicha nacionalidad y ensalzando su forma de
vida.
Por último hacer un comentario,
ahora que están tan de moda las “sombras de los grises” (el traductor diría:
juego de palabras intraducible, es decir, piensa en un título en inglés): el libro
tiene cuatro capítulos, cuyos título son: Peter Keating, Ellsworth M. Toohey,
Gail Wynand, Howard Roark; faltaría el de la mujer que une a esos cuatro
personajes. La manera en que se entrega a los hombres, en una novela escrita
hace setenta años, supongo que haría palidecer aún más al señor Gris.
“Howark Roark
se echó a reír.”
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