(288 pág.; eBook) (61;
octubre de 2013)
Aconsejado por Marisol y sin decirme
nada del contenido de la novela, que es lo mismo que voy a intentar hacer yo,
empiezo a leer este libro y me troncho, sigo leyendo y me río, pero cuando
llegamos al segundo plato la risas han desaparecido hace rato. Esto lo digo
como aviso.
Y ahora lo que puedo explicar sin
dar a conocer el nudo: dos parejas quedan a cenar en un restaurante de alto
nivel en Holanda y el narrador, que es el primero en llegar, lo critica
absolutamente todo, con pensamientos como los que cualquier persona de la calle
podría tener cuando ve que el filete con patatas que ha pedido está en el
centro de un plato del tamaño de una plaza de toros en el que las delicadas
bolitas de patata cubren las finas hebras de carne. Hasta aquí puedo explicar y
hasta aquí te reirás.
La historia está bien desarrollada y
va apareciendo muy poco a poco, sutilmente, y es por eso que dudé en
calificarla de aconsejable o muy recomendable. Al final me quedo con esta
calificación, a pesar de que, al principio, algún lector pueda pensar que es un
relato irónico sobre el mundo actual y la cocina fantasiosa y se encuentre con
un relato que sí habla del mundo en el que nos encontramos, pero en el que ya
no hay lugar para la fantasía, ni en la cocina ni en la sociedad. Caín sigue
entre nosotros y ya lo dijo bien claro: no es el guardián de su hermano.
“Íbamos a cenar en un restaurante.”
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