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pág.; Juventud) (47;
septiembre de 2019)
Ya he comentado alguna vez las coincidencias que se dan
en mis lecturas, pese a que los libros tienen una procedencia muy diversa: no
hace mucho hubo varios seguidos de historia (uno regalado, otro de los que
tenemos en casa y el último uno nuevo). Ahora dos seguidos sobre jóvenes y
ambos del tiempo de la dictadura, con unos diez años de distancia entre ambos
(el anterior me lo encontré en la calle y el presente salió de nuestras
estanterías porque tocaba esa en concreto). Este segundo mejor que el anterior,
panegírico sobre los mineros, donde la gente es buena per se, y la religión católica aún mejor. Pero es disculpable, pues
el autor perteneció a la Compañía de Jesús aunque terminó abandonándola y
dejando el sacerdocio y, sobre todo, porque es capaz de reconocer que no es el
catolicismo la única posibilidad de salvación, lo que no deja de ser un paso
adelante al principio de los sesenta.
Media docena de jóvenes adolescentes, impulsados por un
cura que les da clase, deciden pasar un verano trabajando en una mina de
Asturias para comprender cómo vive otra gente y tener una mayor perspectiva que
no sea únicamente la de sus acomodadas familias. La entrada en la mina les
asusta a todos, no solo por la profundidad y angostura en la que hay que
trabajar, sino por las bromas de los avezados mineros que los tratan de
señoritos, pero ellos no se arredran y trabajan con denuedo; pero el destino
les deparará una mayor prueba que les cambiará la vida.
“Nerio paró el martillo y
se pasó el dorso de la mano por los ojos renegridos.”
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