(180 pág.; Demipage) (21; abril de
2018)
Marisol no me dijo que este le había gustado y yo se lo
pillé de casualidad, aunque solo es cuestión de tiempo que acabe pillándolos
todos: calculo que en medio siglo, si no lee muy deprisa, me he puesto al día.
Por lo menos en los buenos como este.
En primera persona un adolescente va explicando su
relación con el entorno y cómo disimula sus carencias o evita expresar la
realidad en la que vive; por ejemplo, en su escuela no saben que su padre
trabaja limpiando locales (no caigamos en el sexismo de decir que es “mujer” de
la limpieza). Si se le pregunta directamente a qué se dedica su padre él dice
que es el “responsable del mantenimiento de limpieza de una empresa” y tampoco
cuenta que por las noches va a ayudarlo; cuando llegan las vacaciones y todos
sus compañeros se van fuera él deja caer que estuvo en una isla y que es como
todas; el caso es ser como los demás y no dar la nota. Pero eso no es posible,
pues es inteligente y quiere ser culto, así que aprovecha cuando le toca
limpiar en la biblioteca pública para ir aprendiendo palabras que luego
aplicará en sus trabajos escolares: “insidiosamente, extenuó a su amada con
concupiscente regocijo”, frase que figuró en una de sus redacciones con la que
obtuvo una plaza para repetir segundo curso ya que se consideró que no hacía
bien los deberes.
La historia toca todos los temas candentes de la
adolescencia, del momento presente en que vivimos y de la necesidad que tenemos de no ser menos o mucho menos en relación a los demás y lo hace con
soltura, amabilidad, simpatía e inteligencia. Marisol acertó diciendo que era
del estilo de La elegancia del erizo,
y lo corroboro.
“Mi padre es mujer de la
limpieza.”
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