(525 pág.; El País) (24; abril de
2018)
Tras los dos primeros capítulos largos y poco
interesantes en la que se presentan los personajes jóvenes de la novela (estuve
a punto de dejar su lectura en las primeras páginas por su ñoñez), empieza a
contarse la historia del Irán de finales del siglo XI, pero a mi entender de
forma muy novelada y de manera muy poco atractiva. Cuando más interesante
parece, que es en los capítulos finales, el lío entre califas, visires, emires,
deyes y el sultán es tal que no hay forma de aclararse.
Bartol, muy conocido por esta obra en la que intentó
reflejar hacia donde iban el nazismo y el fascismo (aunque creo que con muy
poco atractivo) fue, además, psicólogo, filósofo, biólogo, estudioso de las
religiones, profesor de universidad y redactor de revistas.
Lo más interesante es etimológico: el nombre de la secta
de los hashashins, que dio origen a la palabra asesino, proviene del árabe
hassasin que significa adicto al cáñamo indio, que era la droga con la que se
dominaba a los jóvenes para convertirlos en máquinas de matar. El siglo XI debería
estar muy lejos del XXI, pero seguimos teniendo a miembros de esa secta entre
nosotros y cada vez son más, con más medios y pueden actuar contra más gente.
No parece que hayamos avanzado nada.
“En la primavera del año 1092 de la era cristiana, y por la
antigua carretera de los ejércitos, que desde Samarcanda y Bujara alcanza el
pie del macizo del Elburz por el norte de Jurasán, avanzaba una caravana de
cierta importancia.”