domingo, 7 de mayo de 2017

Harper Lee: Matar a un ruiseñor (***)

(410 pág.; B)                                      (22; abril de 2017; en Huesca)
Por culpa de Marisol he visto esta película tres o cuatro veces, pero también gracias a ella la he disfrutado tanto como he disfrutado con la lectura del libro. En boca de la jovencita que aparece en la fotografía, sus correrías veraniegas con su hermano y el trasunto de Truman Capote; la vida en esa pequeña ciudad del sur de Estado Unidos después de la depresión; el sistema de enseñanza de novísimo cuño llamado Métrico, en el cual se desaconseja enseñar a leer o a escribir si no es a un ritmo tan lento que los que ya lo saben se aburren en las clases; la consideración de meros objetos a las personas de color, es decir, no a los “rosados” sino a los negros; y, por último, cómo podía ser un juicio en aquel momento; convierten a este libro en una lectura muy agradable y sorprendente por su sencillez y, a la vez, su profundidad.
Por si el párrafo anterior no fuera un resumen suficiente presentaremos al adulto que aparece en la fotografía: Atticus Finch es un abogado viudo que tiene dos hijos, de los cuales ella es la menor y la que describe con sus palabras las vivencias personales, y de muchas otras personas que viven en esa pequeña ciudad, a lo largo de tres o cuatro años. Deliciosamente imprescindible.




“Cuando se acercaba a los trece años, mi hermano Jem sufrió una grave fractura del brazo a la altura del codo.”


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